La relación entre Alexander y Emilia alcanzó una especie de tregua no dicha. Faltaba poco para la dichosa fiesta  —que la pelinegra descubrió era una gala anual que Sidorov siempre celebraba a mitad del otoño—. La cuenta regresiva para acabar con el traidor de su pequeña organización no se detenía; sin embargo, el hombre procuraba mantenerla fuera de las actualizaciones, como si temiera que ella cometiera una locura.
Una tarde, Emilia detuvo a Alexander justo antes de salir. Apenas habían acabado de almorzar.
—Estoy volviéndome loca, me siento sofocada, necesito salir… —rogó en un tono lastimero.
—Malyshka… —empezó él, pero ella lo cortó.
—Alexander, en serio, necesito salir —insistió—. Tú me tienes ciega y sorda ante lo que va a suceder, y mi cabeza solo piensa en eso. Estoy teniendo pesadillas… Me tienes aquí, en una prisión de lujo, pero todo esto que tú crees puede distraerme no lo hace, porque no importa cómo lo mire y tú como lo pintes, la verdad es que soy tu prisionera y tú er