Emilia se estremeció con su última frase, fue como si hubiese recibido una inyección de adrenalina que revolucionó su torrente sanguíneo, bombeando sangre a su corazón de un modo violento.
Ella no deseaba eso, esa confesión tan real y sincera, cruda y verosímil. Eso no era amor, era algo peor, era deseo puro y visceral, del tipo que hacía que hombres destruyesen ciudades y mujeres asesinaran emperadores.
El aliento cálido de Alexander que rozó su oreja envió descargas eléctricas por todo su cuerpo erizando su piel de forma dolorosa. Cada poro gritó por ayuda, aquello era peligroso en efecto. Cada declaración de ese hombre estaba destinada a crear caos y demoler sus barreras. ¿Qué mujer no desea algo así? Algo que parecía salir de una novela, intensa y emocional. Pero ella no era como otras, a Emilia, su jefe le producía miedo, uno