El viaje de regreso a la Residencia Moretti transcurrió en un silencio extraño.
Dante conducía con una expresión indescifrable, mientras que Alicia, recostada contra la ventana, observaba el paisaje nocturno sin decir una sola palabra.
El día había sido agotador, y aunque no podía negar que Dante tenía una habilidad natural para ponerla de los nervios, no tenía energía para seguir discutiendo con él.
Cuando el automóvil se detuvo frente a la imponente mansión, Alicia no esperó a que Dante le abriera la puerta como solía hacer.
Simplemente salió, tomó sus bolsas y caminó con paso firme hacia la entrada.
Dante arqueó una ceja, pero no dijo nada.
Sus labios se curvaron en una ligera sonrisa al verla alejarse con esa actitud de aparente indiferencia.
Sin embargo, no la siguió.
Alicia subió directamente a su habitación, dejando las bolsas sobre la cama antes de desplomarse en un sillón.
Había sido un día largo.
Un día que, de alguna forma, había sido más íntimo de lo que había esperado.
No