La tarde caía lentamente sobre el jardín, tiñendo el cielo de un suave tono melocotón mientras la brisa jugaba con los globos color pastel que adornaban el lugar. Las risas de los invitados y el murmullo de conversaciones felices creaban una atmósfera cálida, casi mágica. En medio de todo, una mesa larga y decorada con delicadeza se alzaba como el corazón de la fiesta. Encima, dos tortas resplandecían bajo la luz suave de las guirnaldas: una celeste con pequeños ositos blancos para Alessio, y otra rosa pálido con una corona dorada para Abigail.
Alicia sostenía a Alessio en brazos, y el niño, con sus mejillas redondas y ojos curiosos, intentaba tocar las velas encendidas. Llevaba una pequeña camisa blanca con tiradores y un pantaloncito gris que lo hacía parecer un caballerito en miniatura. Alicia lo miraba con ternura, apretándolo contra su pecho como si con ese gesto pudiera detener el tiempo. Había lágrimas en sus ojos, no de tristeza, sino de emoción pura. Nadie más que ella sabía