Cuando Matteo se había ido Dante se quedo por unos minutos mas en el despacho, pero ya después había tomado la decisión de salir.
El jardín de la residencia Moretti estaba bañado por la luz tenue de la luna. La brisa nocturna movía con suavidad las hojas de los árboles, creando sombras danzantes sobre el césped perfectamente cuidado.
Alicia estaba sentada en uno de los sillones de madera con cojines beige, mirando fijamente la nada. Su mente era un caos. Desde aquella discusión con Dante en la habitación, su mundo parecía haber cambiado, pero ella no estaba dispuesta a darle importancia. O al menos, eso se repetía.
Sin embargo, la presencia de Montserrat en la casa seguía provocándole una sensación desagradable, un vacío que no podía explicar. No eran celos, no podía serlo. Pero entonces, ¿por qué cada vez que Dante mencionaba a Montserrat, un nudo se instalaba en su pecho? Aquella era el nudo de la duda que Alicia más quería desenredar.
El crujido de pasos sobre la gravilla la sacó d