El amanecer pintaba el cielo con tonos dorados y naranjas, anunciando el comienzo de un nuevo día en la Residencia Moretti.

Montserrat, con su usual elegancia y su aire encantador, caminaba con pasos suaves por el pasillo que llevaba a la habitación de Dante. No era la primera vez que lo hacía. Desde hace tiempo, ambos habían desarrollado la costumbre de compartir una conversación mañanera, un hábito que Montserrat disfrutaba más de lo que admitiría.

Sin tocar la puerta, entró con la naturalidad de quien no necesita permiso.

Pero la habitación estaba vacía.

Las sábanas de la enorme cama aún tenían pliegues, pero Dante no estaba allí.

Extrañada, Montserrat dejó escapar una sonrisa antes de girarse para marcharse. Justo cuando salía de la habitación, una figura apareció al final del pasillo.

Alicia.

El corazón de Montserrat latió con satisfacción.

La mirada de Alicia se posó de inmediato en ella, y la confusión que reflejaban sus ojos no pasó desapercibida.

Montserrat aprovechó el momen