Luciana perdió a su madre a una edad temprana, y su padre se volvió a casar rápidamente con una mujer que trajo consigo a Mónica, su hija ilegítima. Desde entonces, su vida se convirtió en un tormento bajo la crueldad de su madrastra, quien no solo la maltrataba a ella, sino también a Pedro, su hermano menor, quien sufre de autismo. Desesperada por conseguir dinero para el tratamiento médico de su hermano, Luciana se ve obligada a seguir las órdenes de su madrastra y sustituir a Mónica para vender su cuerpo a un hombre repugnante. Sin embargo, en su nerviosismo, Luciana se equivoca de habitación y se encuentra con un hombre que había sido drogado. En la oscuridad, ese hombre siente una conexión especial con ella, que lo convence de que ha encontrado a su amor destinada. Pero al día siguiente, una serie de malentendidos lo lleva a confundir a Luciana con otra persona, y le promete matrimonio a la chica equivocada. Mientras tanto, Luciana descubre que ha quedado embarazada… ¿Qué destino le espera a Luciana junto a Alejandro, el hombre con quien estaba comprometida desde su niñez? ¿Podrá este encuentro accidental transformarse en un amor idílico, o el pasado y los malentendidos serán demasiado fuertes para superarlos?
Leer más“¿Y ahora qué estarán haciendo? No vaya a ser que Renato le haya vuelto a pegar… No. Tengo que ir.”Salvador colgó. Al alzar la vista notó que todos lo miraban.—¿Qué pasa? —sonrió en falso—. ¿Por qué me miran así?—¿Eso era lo que querías decirme? —Martina parpadeó.—¿El qué? —se hizo el tonto—. ¿Qué se supone que debía decir?Estiró la mano para tomarla; había visto que aquella llamada la había incomodado. Martina dio un paso atrás.—¿Martina? —frunció el ceño.Ella alzó la mano a la cabeza. Llevaba todo el cabello recogido y, arriba, una tiara —la que Salvador había elegido: su manera de decir “eres mi reina”—. Martina estuvo a punto de quitársela.—¡Martina! —Salvador, entendiendo, le sujetó la muñeca—. No hagas esto.—¿Yo “hacer esto”? —sonrió leve, sin calor—. ¿No empezaste tú?—¿Qué hice? —Salvador no sabía si reír—. Me llamaron, yo no llamé. ¿También eso me lo vas a cargar?—No te culpo —negó de inmediato—. Me culpo a mí. Todo es mi culpa.Al costado, Alejandro y Luciana: “…”S
—¡Pff…! —Luciana no aguantó y soltó la carcajada—. ¿No será para tanto?—¡No exagero! —Martina abrió los ojos de par en par—. La mamá de Salvador me agarró la mano y me dijo que, de ahora en adelante, me van a “fortalecer” el cuerpo. ¡¿Qué tiene mi cuerpo que fortalecer?!—Jajajaja… —Luciana no podía parar; le dio un vistazo a la cintura de su amiga y hasta le pellizcó el talle—. ¿Cómo que no? ¡Mira esa cinturita!—¡Ah, con que de graciosa! —Martina fingió enfado, se puso de pie de golpe y se le fue encima—. ¡Para que te burles!—¡Jajaja…! —Luciana era cosquillosa; se le salían las lágrimas—. ¡Ya, ya! ¡Perdón! ¡Me rindo!La puerta del vestidor se abrió de golpe.—¡Luci! —entraron Salvador Morán y Alejandro Guzmán.No sabían qué pasaba; Alejandro solo escuchó a Luciana pidiendo “¡ya, ya!” y se adelantó a separarlas. Le lanzó a Martina una mirada poco amable.—¿Qué te pasa? —Martina se quedó entre divertida y molesta—. ¿Crees que la estoy maltratando? ¿Qué somos, “amigas de plástico”?—¡
—Claro, si te sientes incómodo…—No —Alejandro negó, igual de sereno que ella.Leyó su tensión y la ablandó con la voz:—Este es el día de Salvador y Martina. Los demás somos secundarios. No hay que darle vueltas.—Ajá.Eso le aflojó los hombros a Luciana.Volvió el silencio entre ambos. Por suerte, Alba salió en ese momento.—¡Mamá! ¡Papá!Los dos, sentados en extremos opuestos del sofá, levantaron la cabeza a la vez.Alba venía con su vestidito de ceremonia. Alejandro extendió los brazos por reflejo para alzarla.—¡No, no, no! —Alba negó con mucha seriedad, levantando con cuidado la falda—. ¡Traigo vestido! Se arruga. ¡Papá no sabe nada!Alejandro quedó un segundo pasmado y se echó a reír.—Tienes razón. Es culpa de papá.—Jeje, no pasa nada —Alba dio una vueltita—. ¿Papá, mamá, estoy bonita?—Claro que sí —Alejandro se agachó para revolverle el fleco.—¿Mamá?Alba hizo un puchero.—Mamá no dijo nada. ¿Entonces no estoy bonita?—¡Ay! —Luciana se rió y se apresuró—. Perdón, fue mi err
Martina sintió que la dejaban como la villana.—No me importa si está hecho polvo o no: así pones a Luciana en aprietos.—No la pongo —Salvador le tomó la mano—. Alejandro es un caballero. No va a hacer nada fuera de lugar. Solo… verla de cerca.Por si no alcanzaba, le explicó:—Piensa: si Alejandro Guzmán quisiera hacer algo, ¿de verdad necesitaría usar mi boda?Touché. Aun así, Martina seguía rumiando.—Igual hay que preguntarle a Luci. Si no quiere, lo invitaste tú: tú mismo te lo llevas.Le soltó la mano y fue directo a buscar a Luciana.—Ay… —Salvador se rascó la nuca, entre divertido y vencido.—Luci —Martina la sujetó—, perdón.—No pasa nada.Luciana ya entendía las advertencias previas.—Si te incomoda, si no quieres, yo…—De verdad no pasa nada —Luciana alzó la mano—. Es tu gran día. Si tú no me juzgas por la “mala suerte”, ¿yo voy a poner condiciones?Además, la había visto regañarlo.—No peleen por esto. Tú quieres a tus personas más cercanas y él también. Ténganse tantita p
Luciana no cumplía ninguna de esas “señales de buena suerte”: familia de origen hecha trizas y un divorcio a cuestas.—¿Mala suerte? —Martina soltó la risa—. ¡Mejor! Luci, por favor siéntate firme en el puesto de dama de honor y explota toda tu mala suerte. Idealmente me cases y me divorcies el mismo día. ¡Te prendo velitas como a una santa!Luciana se llevó una mano a la frente. "¿Así o más obligada a casarte?"Martina zanjó el tema con la mano.—¿Y ustedes? Tú y Fer, ¿no están avanzando?—Tenemos que esperar. No será tan pronto.La familia Domínguez preparaba cosas, sí, pero primero Fernando debía recuperarse mejor.***Unos días después, en su jornada libre, Luciana salió con Alba. Ella iría a probar el vestido y la niña, su atuendo de niña de las flores.Los Morán enviaron un auto por las dos. Cuando llegaron, Martina ya estaba ahí… pero Salvador Morán no.—¿Vienes sola? —se extrañó Luciana—. ¿No vivías con Salvador?—¡Qué va! —Martina negó—. Salió a recoger al padrino.Frunció el
Luciana vio cómo la luz en los ojos de Lucy se iba apagando. Igual, tenía que decir lo que tocaba.Llevaba noches sin dormir: cada vez que cerraba los ojos volvía a ver el cuerpo destrozado de Ricardo Herrera.Parpadeó. Sentía los ojos secos.—Ustedes me dieron una vida… pero también me la quitaron.Desde que se descubrió su origen, ciertas “casualidades” tenían explicación. Enzo venía de los Anderson, con intereses por detrás, y su familia política igual: para todos ellos, una hija fuera de matrimonio era inaceptable.—Luci… —intentó Lucy, sin saber por dónde empezar.—No hace falta —respondió sin interés—. Esas cuentas son demasiado enredadas. No quiero oírlas.Sonrió con tristeza.—Solo quédate con esto: la mujer que ves, la que está aquí frente a ti… esta vida me la dio mi papá, Ricardo Herrera.A Lucy se le encendieron los párpados de rojo.Luciana bajó la mirada y suspiró.—No vuelvas. Y si no puedes contenerte, piensa en mi papá: lo condenaste a una vida de dolor. Ya no está. ¿D
Último capítulo