Mundo de ficçãoIniciar sessãoLuciana perdió a su madre a una edad temprana, y su padre se volvió a casar rápidamente con una mujer que trajo consigo a Mónica, su hija ilegítima. Desde entonces, su vida se convirtió en un tormento bajo la crueldad de su madrastra, quien no solo la maltrataba a ella, sino también a Pedro, su hermano menor, quien sufre de autismo. Desesperada por conseguir dinero para el tratamiento médico de su hermano, Luciana se ve obligada a seguir las órdenes de su madrastra y sustituir a Mónica para vender su cuerpo a un hombre repugnante. Sin embargo, en su nerviosismo, Luciana se equivoca de habitación y se encuentra con un hombre que había sido drogado. En la oscuridad, ese hombre siente una conexión especial con ella, que lo convence de que ha encontrado a su amor destinada. Pero al día siguiente, una serie de malentendidos lo lleva a confundir a Luciana con otra persona, y le promete matrimonio a la chica equivocada. Mientras tanto, Luciana descubre que ha quedado embarazada… ¿Qué destino le espera a Luciana junto a Alejandro, el hombre con quien estaba comprometida desde su niñez? ¿Podrá este encuentro accidental transformarse en un amor idílico, o el pasado y los malentendidos serán demasiado fuertes para superarlos?
Ler maisEl médico examinó a Martina y ordenó una batería completa de estudios.Salvador la acompañó en todo momento. Le explicaron que los resultados finales tardarían un par de días, y de todos modos recomendaron que se quedara hospitalizada. Fuera cual fuera el diagnóstico detallado, lo que venía sería tratamiento intrahospitalario.Salvador corrió con los trámites y la instaló en una suite privada.—Siéntate un segundo —dijo ella, alcanzándole unos pañuelos para secarle el sudor—. ¿Te cansaste?Hacía frío y, aun así, él estaba sudando.—No es cansancio —sonrió—. Es… nervios.En ese punto, él sintió con una claridad dolorosa que el tiempo había empezado a contar hacia atrás.Esa noche se quedaron en el hospital. La cama de la suite era amplia; como Martina aún no había comenzado tratamiento, se acomodaron juntos a escondidas.—Salvador.—Mm.—¿Vas a quedarte así conmigo… siempre?—Claro.—¿Y si entra la enfermera de ronda? —susurró—. No está permitido que el paciente y el acompañante duerman
Salvador no se atrevió a asentir de inmediato; miró a Laura, la mamá de Martina. Ella cruzó la mirada con su esposo y ambos asintieron al unísono. Al fin y al cabo, eran padres: siempre iban a ponerse del lado de su hija.Entonces Salvador inclinó la cabeza.—Por supuesto.Le apretó la mano a Martina.—Vamos. A casa.—Ajá —respondió ella.Cuando llegaron a la casa de los Hernández ya estaba por amanecer. Se arreglaron lo básico y se fueron a dormir.Martina y Salvador se quedaron en el cuarto que había sido de ella. Él la abrazó.—No tengas miedo. Aquí naciste y creciste. Fuiste la princesita de tus papás y de tu hermano. Poco a poco te va a volver la sensación de hogar.—Te creo.En la habitación contigua, a Laura se le escapó un suspiro.—No sé si estuvo bien dejarlos dormir juntos.—Mientras Martina esté contenta —la tranquilizó Carlos—. No le des tantas vueltas. ¿Crees que en este tiempo han dormido separados?Laura se quedó callada un instante y volvió a suspirar.—Y con lo de Mar
Hasta entonces, él por fin lo entendió: lo que Martina quería era simple, un amor entero.Al atardecer, Martina despertó despacio. Salvador estaba guardando cosas y ella se incorporó para ayudar.—¿Qué hago?—Siéntate aquí —sonrió, dándole palmaditas al cojín a su lado—. Tú me miras… y con eso me das energía.—Bueno —aceptó, feliz, con la barbilla apoyada en las manos—. ¡Ánimo, eres lo máximo!Salvador le lanzó una mirada fingidamente severa, se inclinó y se ganó un beso.—Carga completa —murmuró.—¿Ya está todo?—Sí —se dejó caer a su lado—. En realidad es poco: documentos y lo básico. Lo demás se queda a cargo del personal. En Ciudad Muonio hay de todo; además, mi mamá ya te preparó lo que necesitas.—¿Tu… mamá? —Martina se tensó al instante.—¿Y ese susto? —se rió él—. Te adora. No tuvo hijas y te consiente más que a mí.—¿En serio?Al imaginar una buena relación con su suegra, a Martina se le aflojaron los hombros y sonrió con los ojos.—Era de esperarse. Soy un encanto.—Jajaja…S
Al día siguiente, la isla amaneció con lluvia.Martina se levantó más tarde de lo usual y Salvador decidió juntar desayuno y comida en uno.Habían preparado una olla de caldo de huesos al centro, sin picante; con el clima fresco caía perfecto. Había de todo para ir echando a la olla, y el fondo lo había hervido desde el día anterior. Salvador se encargó de cocinar; Martina, de comer. Y, por raro que había sido en esos días, le regresó el apetito.—Qué rico está… ¿por qué será?—Porque lo hice yo, supongo.—Entonces debe ser por eso —sonrió. Le pasó un trozo de carne a su tazón—. Come tú también.—Está bien.Él, en cambio, casi no probó bocado. Cuando vio que ella ya estaba satisfecha, dejó los cubiertos.—¿Quedaste llena?—Llenísima —puso ambas manos sobre el vientre—. Mira, ¿no se me ve redondito?Él le echó una ojeada al abdomen todavía plano y se contuvo la risa.—Sí… se nota.—¿Qué te pasa hoy? —Martina se acercó, le sostuvo la cara con las manos—. Estás raro. ¿Pasó algo?—Ajá —asi
—Pff.Salvador no pudo evitar reírse.—Entonces estoy de suerte: mientras esta cara siga aquí, tú te quedas para siempre.—¿Mm? ¡Mm! Se puede entender así. —Martina soltó una carcajada.Él bajó la cabeza y apoyó su frente en la de ella.—Yo lo sé —murmuró Martina—. Siempre has sido bueno conmigo, no me harías daño. Si puedo pasar más tiempo sola a tu lado, lo voy a hacer.Al oírla, a Salvador se le humedecieron los ojos. Cerró un instante los párpados.—Te voy a cuidar bien. Siempre, siempre.—Anda, vuelve.—Está bien.Regresaron tomados de la mano, charlando de cualquier cosa.—Si sigues sin volver al trabajo, ¿no nos vamos a quedar sin dinero para comer?—No. Mis papás siguen aquí y, además, tengo cuatro hermanos mayores.—Entonces ellos van a mantenernos, ¿no?—Ajá.—Entonces ya me quedo tranquila. —Rió.—Hoy está precioso. ¿Sacamos a Regalo a caminar?—Sí. Como tú digas.***Un mes después.Cuando Martina se durmió, a Salvador le entró la llamada de Alejandro Guzmán.—Salvador, ya
Salvador no había descansado en toda la noche. A primera hora ya estaba de pie.La empleada había puesto café. Alejandro lo bebía con una parsimonia irritante; a Salvador le habría gustado que fuera vino.—Estate quieto —dijo Alejandro, con los ojos adoloridos—. Deja de pasearte frente a mí, me cansas la vista. ¿Qué te preocupa? Luciana es médica; seguro la cuida mejor que tú.Salvador soltó una risa incrédula.—¿De veras crees que eso es lo que me preocupa?—¿Entonces qué? ¿Que Luciana hable pestes de ti y se lleve a Martina? —remató Alejandro sin miramientos—. Pues te aguantas. Lo que diga, va a ser verdad.—Tú…Estaba a punto de echarle en cara que por tener esposa ya se olvidaba del hermano, cuando se oyeron pasos en la planta alta. Luciana bajó del brazo con Martina.—¡Martina!Salvador corrió hacia ellas y la miró con cuidado.—¿Dormiste bien anoche?—Sí —sonrió Martina, igual que siempre—. No hice ningún lío. Solo me dormí un poco tarde, por eso me levanté ahorita.—¿Así de bien
Último capítulo