El cielo de Milán estaba cubierto por nubes tenues, y el aire de mediodía tenía ese aroma característico de ciudad: una mezcla entre perfume caro, tráfico y café recién hecho. Alicia observaba por la ventana de su oficina en Morgan Enterprises con el ceño ligeramente fruncido. Era la tercera vez en la mañana que esa incómoda sensación recorría su espalda… como si alguien la estuviera mirando. Había aprendido a confiar en sus instintos, y esta vez no se trataba de paranoia ni fatiga.
Sus dedos tamborileaban contra el escritorio, al tiempo que intentaba concentrarse en un contrato importante que debía revisar. Pero su mirada seguía desviándose hacia la calle, hacia las sombras entre los autos estacionados o el movimiento errático de los peatones. Sentía como si una mirada se clavara en ella desde algún lugar que no podía identificar.
Apretó los labios y negó con la cabeza, intentando sacudirse esa incomodidad.
—Estoy exagerando —se dijo en voz baja.
Pero el malestar no desapareció.
A me