La brisa marina de Santorini había quedado atrás, reemplazada por la elegancia sobria y la velocidad implacable de Milán.

La ciudad los recibió con el cielo encapotado, como si quisiera recordarle a Alicia que no todo podía ser tan perfecto como aquellos días de paz en Grecia.

El auto de Dante se deslizaba por las calles de regreso a la residencia Moretti, mientras Alicia observaba en silencio los edificios que volvían a ser su rutina.

Apretaba los dedos en su regazo, inquieta.

—¿En qué piensas? —preguntó Dante, sin apartar la vista del camino pero sintiendo la tensión que ella irradiaba.

—En mis padres… —respondió finalmente—. En cómo les voy a decir que estoy embarazada.

Dante soltó una risa seca, sin humor.

—Conociendo a Alessandro Morgan, probablemente quiera volarme la cabeza antes de que termines la frase.

Alicia lo miró de reojo. Aunque conociendo a sí padre tampoco descarta aquella idea.

—No digas eso.

Él aflojó la corbata y se pasó una mano por el rostro.

—Lo digo porque lo s