Cuando llegó a Morgan Enterprises, eran casi las seis de la tarde. Su presencia en el edificio no sorprendía a nadie: desde hacía semanas, pasaba por Alicia cada día, como una rutina sagrada. Pero esa tarde, su porte parecía distinto. Más cálido. Más humano.
Subió hasta el piso ejecutivo, y al verla a través de la puerta de cristal, su corazón latió con fuerza. Alicia estaba revisando unos informes, pero al sentir su presencia levantó la mirada. Sus ojos se encontraron, y por un instante, todo lo demás desapareció.
Él entró en silencio y se acercó a ella. Sin decir palabra, le rodeó la cintura con un brazo y la atrajo hacia él. Besó su frente con lentitud, con esa ternura que había aprendido a reconocer desde que supo que sería padre. Alicia cerró los ojos al contacto y un suave escalofrío recorrió su espalda.
—Tu corazón —susurró él sin alejarse—, está latiendo muy rápido.
—Es tu culpa —respondió ella en voz baja, aún con los ojos cerrados.
Dante sonrió y sacó la bolsa de papel marró