La mañana avanzaba con un aire denso en el ambiente. La ciudad parecía más ruidosa de lo habitual, o quizás era solo la percepción alterada de Dante Moretti. Cuando bajo el teléfono se da la vuelta para buscar a Alicia, pero para sorpresa suya, Alicia Morgan ya no estaba allí.
Ella se fue sin decir nada.
Y esa distancia, que antes se colaba entre ellos en forma de silencios elegantes o palabras medidas, ahora dolía. Palpitaba. Escocía como una herida abierta.
Dante, sin pensarlo dos veces, se fue hasta el estacionamiento y busco su vehículo condujo personalmente hasta Morgan Enterprises. Su intención era clara: verla. Hablar con ella. Aclararlo todo, porque aunque no sepa que debía de aclarar, sentía que había algo más que encendía la brecha.
Pero al llegar, la recepción lo sorprendió.
—Buenos días, señor Moretti —saludó la recepcionista con una sonrisa tensa—. ¿Desea que anuncie su presencia?
—No es necesario. Vine a ver a Alicia —respondió Dante sin detenerse.
La joven tragó saliva.