El tráfico hormigueaba en la distancia, como un murmullo de otro mundo que ya no les pertenecía.
Dentro del Cadillac CT4 negro estacionado frente a la clínica, el tiempo parecía haber perdido sus manecillas. El motor estaba apagado, los vidrios entintados aislaban el exterior con una eficiencia casi absoluta, y, sin embargo, el interior hervía de pensamientos no dichos, emociones contenidas y un futuro incierto que palpitaba en el silencio.
Alma Rossi permanecía en el asiento del copiloto como una estatua quebradiza a punto de resquebrajarse.
Su postura rígida desafiaba el temblor interior que la recorría de forma implacable. Miraba fijo la pantalla apagada del tablero, como si allí pudiera hallar una respuesta lógica. Sus manos estaban entrelazadas sobre el regazo, con los nudillos blancos por la tensión y la tirantez del cinturón le recordaba cada segundo el temblor que le recorría el vientre.
Todavía no podía asimilar la magnitud de las palabras que el doctor Vásquez le había entre