ISABELA LA ENVIADA

La herida en el costado le dolía con latido propio; se llevó la mano abierta al vendaje, como si con eso pudiera sostenerse de algo.

—No sé dónde están —admitió, dejando las palabras caer como piezas—. Gustavo no me lo decía. Nunca me dijo dónde se reunían. —Se apretó los labios—. Pero hay un hombre.

—¿Qué hombre? —La pregunta de Alma salió sin prisa y sin lubricante, un bisturí.

—Un agente de inteligencia —Isabela respiró hondo, tanteando el borde del charco—. Ex unidad marítima. Me viene escribiendo hace meses. Antes de… —hizo un gesto que abarcó una vida—. Le gusto —sonrió sin alegría—. Y yo puedo hacer que me cuente cosas. —Levanto la vista, con una mezcla de vergüenza y orgullo—. No te voy a mentir, me duele decirlo, per

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