El espejo devolvió a un desconocido.
Valentín se acomodó el bigote falso con dos dedos, pegándolo con esa precisión que su pulso se permitía cuando no había disparos.
Los lentes de contacto le enrojecían un poco la mirada; la peluca de cabello largo, salida de una bolsa plástica, le caía hasta los hombros con brillo de shampoo barato. Una gorra de visera curva le robaba la frente.
La camisa playera flores azules sobre fondo crema no se parecía a él ni, aunque le apuntaran. Se calzó unos tenis, miró su calzado con incredulidad y alzó una ceja.
—Pareces turista que se pierde buscando el mejor ceviche —bromeó Enzo, apoyado en el marco, con los brazos cruzados.
—Mientras nadie me reconozca buscando a quién quemar, sirve —respondió Valentín, ajustándose el collar del perro que llevaba atado&h