Inicio / Mafia / Omertà: El Legado De Los Moretti / EL CHOQUE QUE LO CAMBIÓ TODO
EL CHOQUE QUE LO CAMBIÓ TODO

Las luces de la ciudad parpadeaban como advertencias mudas en el parabrisas del Maserati negro que cortaba la madrugada a pura velocidad. Valentín apretó los dientes, giró con brusquedad el volante y entró en una calle secundaria de la zona industrial de Miami. El motor rugía como un animal herido mientras los disparos rebotaban contra la chapa trasera del auto.

—¡Malditos! —escupió con furia—. ¿Quién les dio mi ubicación?

Dos motocicletas lo seguían de cerca. Las balas pasaban zumbando, rompiendo espejos, reventando los neumáticos de los autos estacionados. Valentín con astucia aceleró a gran velocidad y giró a la izquierda, luego a la derecha, y apagó las luces delanteras.

Su corazón golpeaba como tambor de guerra, conocía esa zona como la palma de su mano, y no iba a caer esa noche, no ante sus rivales. Mucho menos sería como un perro callejero.

Al pasar por debajo de un puente, aceleró aún más y derrapó en una curva cerrada. Las motos dudaron un instante, y ese fue su momento. Se deslizó hacia una avenida más amplia, cruzó un semáforo en rojo, y desapareció en la niebla del amanecer a plena 4:44 de la madrugada.

Cuando estuvo seguro de que los había perdido, redujo la velocidad y dejó que el cuerpo descansara. Su respiración era agitada, pero sus ojos seguían alertas.

—Demasiado cerca —susurró, pasando la mano por su frente sudorosa—. Esto ya no es un juego... El viejo Lucas tenía razón. Me quieren muerto, pero la pregunta es ¿quiénes son estos tipos?

Valentín bajó un poco la ventanilla. El aire fresco de la madrugada, casi mañana, golpeó su rostro y lo obligó a volver a la realidad. Iba a llamar a Misael, pedirle un lugar donde esconderse unos días. Tal vez incluso salir del país.

Pero justo cuando sus pensamientos empezaban a divagar, no vio la luz roja del semáforo.

El chirrido de llantas antecedió al impacto. El crujido metálico, seco y brutal, se sintió como una explosión sorda. El Maserati giró media vuelta antes de detenerse, con el humo escapando por el capó abollado y el pitido desesperado de una alarma inundando el silencio del amanecer.

Valentín se quedó un par de segundos inmóvil, aturdido. El golpe le había sacudido hasta los huesos. Se llevó la mano a la frente y notó la humedad caliente de la sangre deslizándose por su ceja. Maldijo en voz baja, con los dientes apretados, y trató de ordenar sus pensamientos.

—¿Qué carajo fue eso...? —murmuró, sintiendo que todo a su alrededor daba vueltas.

Parpadeó, sacó el arma de la guantera por reflejo, la revisó con rapidez: cargada. No se bajaría desarmado. Aún no. No cuando apenas minutos antes lo estaban persiguiendo para matarlo.

Empujó la puerta del Maserati con fuerza y bajó con una mueca de dolor. El asfalto le pareció más hostil que nunca. Apoyó la espalda contra la puerta mientras evaluaba el entorno con ojos entrenados. Pero lo que vio a pocos metros hizo que la adrenalina le invadiera por completo.

Entre el humo, los trozos de vidrio y los faros rotos desperdigados en el asfalto, divisó la silueta de un coche blanco... y dentro de él, una figura femenina, inmóvil, recostada sobre el volante.

—Mierda... —susurró, y por primera vez en años, sintió miedo de verdad—. No... no puede ser...

Corrió hasta el vehículo, apartando los restos con el pie, y forcejeó con la puerta del lado del conductor. Cuando logró abrirla, el corazón le dio un vuelco: era una mujer joven, rubia, hermosa, con el rostro inclinado hacia el pecho, desmayada por el impacto.

—¡No, no, no...! —dijo, con desesperación. Le tocó la frente, luego el cuello, no sabía si era el temblor de sus propios dedos o el pulso de ella lo que sentía—, Vamos, princesa, respira... —susurró.

Y de pronto, como si sus palabras la hubieran traído de regreso, Alma soltó un jadeo profundo y abrió los ojos de golpe, sobresaltada.

—¿Qué... qué pasó...? —balbuceó, confundida, tocándose la sien.

Valentín retrocedió un paso, casi por reflejo, aliviado y a la vez impactado.

—Estás viva... —susurró. Luego tragó saliva y preguntó—. ¿Estás bien?

—¡¿Bien?! —replicó ella con voz ronca, aún tambaleante—. ¡Me chocaste, imbécil! ¡Cómo crees que voy a estar!

Él no supo qué responder.

Por un segundo pensó que la había matado y ahora la tenía enfrente, viva, furiosa, tan real como el caos que los rodeaba.

Alma se bajó del auto tambaleando, con una mano en la frente y los ojos entrecerrados por el aturdimiento. Valentín dio un paso hacia ella para sostenerla, pero ella lo apartó de inmediato con brusquedad.

—¡Suéltame! ¡Déjame en paz! —espetó, con voz temblorosa pero firme.

Valentín levantó las manos en señal de calma, pero no retrocedió. Observó la sangre que corría por la sien de Alma, una delgada línea roja que comenzaba a secarse en su piel pálida.

—Estás sangrando —dijo, con tono serio. Sacó un pañuelo arrugado del bolsillo trasero y, sin pedir permiso, lo presionó con cuidado contra la herida en la frente de ella.

Alma no se movió. Cerró los ojos por un segundo, como si procesara todo de golpe. Cuando los abrió, su mirada seguía furiosa, pero en el fondo había confusión.

—Oye —dijo él, con voz más baja—, no quiero sonar grosero, pero no podemos quedarnos aquí. No es un buen lugar para estar ahora. Créeme, no puedo quedarme más tiempo...

Ella lo miró de reojo, todavía jadeando por el susto.

—¿Y qué piensas hacer? ¿Dejarme aquí con todo este desastre?

—No —respondió él, firme—. Vámonos. Yo me haré cargo de todo. Fue mi culpa, lo sé. Pero ahora lo importante es que te revisen. Tendrás tu auto como nuevo en tu casa lo más pronto posible.

Alma lo observó con recelo y se cruzó de brazos, pero asintió levemente. Dio un paso hacia su coche, luego se detuvo y lo miró.

—¿A dónde me vas a llevar? Voy a ir a mi casa. Voy a llamar a la policía. ¿Qué es todo esto?

Valentín negó con la cabeza.

—No llames a nadie. No llames a la policía, por favor. Confía en mí, ¿sí? No soy cualquier loco... Yo me haré cargo de todo. Solo... no hagas llamadas ahora.

La tensión flotó un instante más entre ambos, como si Alma intentara leer la verdad detrás de esa mirada endurecida y rota.

Finalmente, bajó la vista y murmuró.

—¡Estás loco si crees que me voy contigo! ¿Qué te pasa? —espetó Alma, dando un paso atrás, desconfiada.

Pero no alcanzó a alejarse demasiado. De pronto, su rostro perdió color, sus labios se entreabrieron como si faltara el aire, y sin previo aviso, se desmayó.

Valentín reaccionó al instante, la sujetó antes de que golpeara el suelo y la sostuvo entre sus brazos. Miró alrededor desesperado, y en ese momento, un taxi se acercaba lentamente por la avenida, frenando al ver el accidente.

Sacó su arma, corrió hasta el conductor y le apuntó directamente.

—Necesito que me lleves a un lugar. ¡Ya! —ordenó con voz firme.

El taxista, aterrorizado, alzó las manos y asintió sin rechistar. Valentín abrió la puerta trasera y acomodó con cuidado el cuerpo inconsciente de Alma.

Luego se metió junto a ella, aún con el arma visible.

—Conduce. Y no preguntes nada.

El vehículo se perdió en la ciudad. Minutos después, llegaron al galpón industrial a las afueras. Valentín cargó a Alma en brazos, abrió con fuerza una puerta lateral y la llevó a una pequeña oficina.

Tiró todo lo que había sobre un mesón, carpetas, herramientas, tazas y la recostó con cuidado. Se quitó la chaqueta, la dobló y la colocó bajo su cabeza como almohada improvisada.

Tomó el teléfono, marcó de memoria y habló con urgencia.

—Te necesito aquí ya. Es una emergencia, trae todo lo que usas para suturar. No tardes.

Unos minutos después, una doctora llegó al galpón. Valentín la recibió y la guio hasta la oficina.

—Tuve un accidente, la chica quedó herida. Tiene una cortada en la sien. Ayúdala.

La doctora asintió, sacó su maletín y comenzó a limpiar la herida.

Justo cuando se disponía a suturar, Alma abrió los ojos sobresaltada.

—¿Dónde... dónde estoy? —preguntó confundida, intentando incorporarse.

—Tranquila, tranquila —dijo la doctora con voz suave—. Estás a salvo. Te estamos ayudando.

—Respira, solo respira —intervino Valentín, acercándose a ella—. Solo queremos ayudarte, ¿sí?

Ella los miró con recelo, pero su cuerpo cedió al agotamiento. Finalmente, se recostó de nuevo y permitió que la doctora terminara su labor en silencio.

Él asintió, y luego le tendió la mano con una media sonrisa.

—Valentín.

Ella dudó un segundo, pero luego la estrechó.

—Alma.

Se miraron por un instante más largo de lo necesario, hasta que ella desvió la vista.

—Un placer, y perdón por chocarte —respondió él sin dudar—. Dime a dónde debo llevar tu auto

—Coral Gables, 3550 Matheson Ave. Necesito que te hagas cargo del auto... lo necesito pronto. Estoy en medio de un… divorcio y tengo mil cosas que resolver.

—¿Ahí no vive Gustavo Lazarte?

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP