ACABA CON ESTO DE UNA VEZ

El rostro de Alma cambió ligeramente, como si una sombra la atravesara al escuchar ese nombre.

—Sí… ¿Conoces a Gustavo?

—Digamos que hemos coincidido. ¿Eres su...? —pensó de inmediato, "¿Es la esposa de Gustavo? Vaya, vaya... no me lo esperaba. Mucho más hermosa de lo que él merece el gordo hijo de perra ese."

—Esposa. Bueno, ex esposa, estamos en proceso de divorcio —aclaró Alma con firmeza.

Valentín se quedó en silencio un momento.

La sorpresa era genuina.

Gustavo era uno de los nombres más odiados dentro del grupo rival.

Siniestro, controlador, violento... Todo un jefe y esa mujer no tenía ni rastro de él.

Él no quiso ahondar más.

Dio unos pasos hacia una de las esquinas del galpón, retiró una gran sábana y dejó al descubierto un Mercedes-Benz C 63 AMG Coupé negro reluciente, impecable.

—Vas a llevarme a mi casa, no pienso quedarme ni un minuto más en este lugar —dijo Alma con firmeza, sin dejar espacio a discusión.

Valentín asintió sin protestar, casi con una mezcla de respeto y resignación ante el tono decidido de ella.

—Sube, te llevo ahora mismo.

...

Valentín detuvo el auto a unos cien metros de la entrada principal, siguiendo la petición de Alma.

El portón de hierro negro que custodiaba la majestuosa propiedad apenas se distinguía entre la vegetación perfectamente recortada de Coral Gables. Las farolas esparcían una luz dorada que se quebraba en la pintura negra del Mercedes, y la brisa cálida de la madrugada arrastraba consigo el aroma de las flores recién regadas de los jardines adyacentes.

—Prefiero que me dejes aquí. No quiero que te ganes problemas extraños si alguien me ve bajarme contigo —dijo Alma, soltando el cinturón, con su voz ligeramente quebrada por el cansancio acumulado y las emociones encontradas.

Valentín la observó, medio sonriente, con esa chispa desafiante que siempre bailaba en sus ojos oscuros.

—Me encantaría ganármelos por ti —respondió con voz grave y tranquila, como si realmente no le importara el peso de esos "problemas".

Ella lo miró de reojo, con una mueca sutil que era mitad burla y mitad advertencia.

—¿Problemas con Gustavo? No te conviene, de verdad.

Valentín se encogió de hombros, apoyando un brazo en el volante.

Ella sonrió con apenas una mueca cansada. Abrió la puerta y salió sin mirar atrás. Su silueta se alejó entre el silencio denso de la madrugada. Valentín la observó hasta que cruzó el portón, y luego se perdió entre las sombras. No sabía por qué, pero algo en su instinto le dijo que esa mujer iba a cambiarle la vida.

El sonido de sus tacones resonó con un eco hueco sobre las baldosas, un compás de soledad que la acompañaba mientras se aproximaba a la puerta principal. Alzó la mano con dedos temblorosos y digitó la clave en el panel digital; la puerta respondió con un leve chasquido, pero el sonido le pareció tan frío como la noche misma. Avanzó lentamente.

El perfume masculino flotaba en el ambiente, intenso y reconocible, como una señal, supo que no estaba sola, lo sintió en su nuca, en el pulso que se aceleró sin permiso, en el recuerdo amargo de noches previas. Lo supo antes de verlo, antes incluso de escucharlo. Y ese presentimiento, oscuro y certero, le encogió el alma.

En la sala, Gustavo estaba sentado en el sofá, con un vaso de whisky en la mano, el codo apoyado en el respaldo y la mirada clavada en ella desde las penumbras. Las luces tenues marcaban su sombra larga en la alfombra persa.

—¿Pero qué carajo te pasó? —espetó Gustavo al verla entrar, clavando los ojos en la herida de su frente y su ropa sucia.

—Nada que te importe —soltó ella sin detenerse, avanzando con la cabeza alta.

—¡Cómo que no me importa! —se levantó de golpe—. ¡Soy tu maldito esposo! ¡Dime qué demonios te pasó! ¡Dónde está tu auto! ¡Por qué llegas caminando como si nada!

—Deja de meterte en mi vida, Gustavo. Ocúpate de tus negocios... de tu maldita vida de mafioso.

Él frunció el ceño y se acercó un paso.

—No vuelvas a decir eso en esta casa ni frente a nadie ni una sola vez más.

—¿Que no diga que eres un mafioso? —le devolvió con frialdad—. Pero si es la verdad, Gustavo. No eres más que un maldito mafioso. Y yo... yo fui la estúpida que se casó contigo creyendo en un amor ciego.

Gustavo apretó el vaso con fuerza y, sin poder contener la rabia, lo arrojó contra el suelo.

—¡Cállate!

Sacó su pistola del cinturón, apuntándole directamente a la cabeza.

Ella se detuvo, respiró hondo, y sin vacilar, lo miró directo a los ojos.

—Hazme un favor, Gustavo. ¡Termina de matarme! Porque mi día ha sido una m****a... y en realidad, me harías un favor.

Gustavo se congeló.

El arma tembló ligeramente en su mano. Luego la bajó con un suspiro entrecortado.

—No seas estúpida... eres mi esposa. Jamás te haría daño.

—¡Ya me has hecho suficiente! Con tus mentiras... ocultándome que eres un mafioso.

—Cálmate, Alma. No es para tanto. Estás rodeada de mafiosos y ni lo sabes.

—Ah, ¿sí? ¿Quién más es mafioso? ¿Mi padre? ¿Mis amigos? El único mafioso que conozco aquí eres tú, Gustavo Lazarte. ¿Sabes qué? me largo, de esta casa.  

Gustavo abrió la boca para decir algo, pero se detuvo. Alma, sin darle tiempo a responder, tomó el vaso y la botella de whisky de la mesa y la lanzó con fuerza contra él. El vidrio estalló en pedazos detrás de Gustavo y el líquido salpicó las cortinas.

—¡Estás loca si crees que vas a irte así, como si nada! —gritó Gustavo, caminando hacia ella con los ojos encendidos.

—¡¿Y qué esperabas?! ¿Que siguiera viviendo como tu maldita muñeca? ¡Como tu adorno perfecto!

—Te di todo, Alma. Casas, autos, joyas...

—¡Y me quitaste todo lo demás! ¡Mi libertad, mi voz, hasta el derecho de vestirme como me diera la gana!

Gustavo frunció el ceño.

—Eso no es verdad...

—¿No? ¿Y quién elegía mis vestidos, mis zapatos, hasta el perfume que debía usar según “la ocasión”? ¿Quién me prohibía salir sola, como si fuera incapaz de caminar sin tu permiso?

—Era por seguridad.

—¡No! Era porque te encanta controlar. Porque no sabes amar sin poseer y yo... ya no quiero ser tu propiedad. Además, no necesitaba nada tuyo, soy millonaria, ya tenía muchísimo más cuando estaba sola gracias a mi familia.

Gustavo tragó saliva.

No dijo nada.

aunque iba a decirle la verdad...

Ella dio media vuelta y subió corriendo a su habitación. Gustavo la siguió, pero quedó del otro lado de la puerta, escuchando el cerrojo cerrarse con violencia.

—Alma... vamos a hablar —la voz de él era distinta, una mezcla de culpa y amenaza, como si todavía tuviera una carta escondida bajo la manga.

—¡No tengo nada que hablar contigo!

—No seas niña... mañana todo seguirá igual. Si fingimos que esto no pasó, nadie tiene que saber nada.

—¡No voy a fingir nada! ¡Me voy de esta casa mañana mismo!

En ese momento hubo una pausa larga. Y entonces, él cambió el tono. La voz se volvió más grave, más baja, como intentando sonar amenazante.

—Si te vas, Alma, te vas a arrepentir. No sabes de lo que soy capaz.

Esa frase, dicha con voz áspera, no era nueva para Alma. Ya la había escuchado antes, tiempo atrás, la primera vez que intentó irse y que regresó por miedo.

Esta vez, sin embargo, no le temblaban las piernas, esta vez, no iba a retroceder.

Ella contuvo el llanto.

No iba a mostrarle miedo, apoyó la espalda contra la puerta, cerró los ojos y respiró profundo.

—Haz lo que quieras. Pero esta vez no me vas a detener, lo hecho, hecho está, y así debe de ser...

Gustavo guardó silencio unos segundos.

Luego se alejó lentamente por el pasillo, sus pasos pesaban como plomo, arrastrando la tensión por todo el piso de mármol.

Mientras caminaba hacia su despacho, sacó el teléfono del bolsillo, marcó un número y esperó que atendieran.

Cuando escuchó la voz al otro lado, habló en tono bajo, pero firme. Como quien acaba de firmar una sentencia de muerte.

—Dile que lo haga esta noche. Ya esperé demasiado. Es hora de tomar posición en el negocio... es hora de que todos se pongan a nuestros pies.

Hubo un silencio breve. Entonces, la voz al otro lado respondió.

—Está bien. Le diré que actúe. Pero oye... quería contarte algo. ¿Sabes con quién estaba tu mujer hoy?

Gustavo frunció el ceño.

—¿De qué me hablas?

—Del accidente. ¿Sabes con quién chocó y con quién se fue?

—No tengo ni idea de qué le pasó. No quiso decirme nada.

—Pues chocó nada más y nada menos que con el cerdo de Valentín. Y si eso no fue suficiente... él la montó en un taxi y se la llevó.

Gustavo se quedó en silencio unos segundos. Luego preguntó con voz tensa.

—¿Cómo sabes eso?

—El agente Ramsey me llamó para contármelo. Al parecer, todo quedó grabado en las cámaras de la ciudad.

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