La llamada de Valentín llegó pasadas las diez de la mañana.
Su tono era bajo, tenso, con esa urgencia contenida que solo usan los que saben que algo puede estallar en cualquier momento en su contra.
A Alma le bastó oír la primera frase para que una punzada le recorriera el estómago.
Recordó aquella noticia de una operación fallida en Veracruz, cuando una carga similar fue interceptada y dos hombres terminaron flotando en la bahía, no tenía nada que ver con ella, pero esto sonaba igual.
Desde entonces, cualquier desvío suyo en las rutas habituales le sabía a pólvora húmeda. Y esta vez, el margen de error era aún más delgado dado la competencia local que crecía.
Alma lo escuchó sin interrumpirlo, inmóvil frente al ventanal de su oficina, con los brazos cruzados y la mandíbula ligeramente apretada.
Aunque su rostro permanecía impasible, su mente ya había comenzado a hacer cálculos, rutas, costos, enemigos, riesgos.
Valentín no dio muchas vueltas, un cargamento de alto valor proveniente d