El sol brillaba con violencia sobre la ciudad, pero en el corazón del centro financiero, el aire se sentía cortante.
Frente al edificio del bufete Morales & Asociados, un rascacielos imponente de líneas sobrias y fachada espejada, flanqueado por estatuas de bronce y escoltas uniformados, la tensión flotaba en el aire como una sombra inevitable.
Los cristales reflejaban la ciudad con una frialdad quirúrgica, y el nombre del bufete, grabado en letras metálicas sobre mármol negro, parecía más una advertencia que una bienvenida, dos camionetas blindadas se detuvieron en perfecta sincronía.
De la primera bajaron Alma Rossi, escoltada por Andreas, Margot y dos más de sus hombres, todos casi de negro. Sus pasos resonaban firmes en la acera, acompasados con la determinación que se respiraba en sus miradas.
Cinco minutos después, llegaron los Lazarte.
Gustavo bajó del vehículo como si descendiera a un campo de batalla.
Isabela se quedó en otro auto, observando tras unos lentes oscuros, acompañ