Mientras Ravi subía las escaleras, la respiración entrecortada resonando en el vacío del pasillo…
En el salón de abajo, siete agentes disfrazados de camareros surgieron como sombras, posicionándose junto a Helena. En minutos, los hombres de Viktor Petrova caían uno a uno. Pero no todos se rindieron: dos huyeron hacia la cocina, y el tiroteo estalló en ráfagas cortas y mortales.
Helena, con la placa de Interpol en alto, gritó a la multitud aterrorizada:
— ¡Policía internacional! ¡Agáchense y quédense quietos!
Un disparo rozó su hombro, destrozando el espejo detrás de ella. Sin pestañear, señaló a dos agentes:
— ¡Kay, Marlon! ¡Protejan a los civiles! ¡Nadie se mueve hasta que yo diga!
Con un gesto brusco, ordenó al resto del equipo:
— ¡Acaben con esta fiesta! —y avanzó hacia la cocina, los pasos sincronizados con los disparos que resonaban.
Cuando el último matón de Viktor cayó, Helena supo: el verdadero peligro estaba arriba.
— ¡Suban! —rugió, recargando el arma—. ¡Todavía est