En ese momento, Gabriel sonreía mientras se duchaba, recordando lo delicioso que era el perfume del cabello de Miriã. Sonrió, imaginando cuánto deseaba conocer a aquella chica de la que todos decían tener una personalidad fuerte.
—Lo dudo —pensó él, con una sonrisa en los labios—. Para mí, parece un ángel. En realidad, cuando la llevé en mis brazos, la sensación que tuve fue la de cargar a la persona más dulce del mundo.
Siguió recordando el momento en que la sostuvo, sintiendo el calor de su cuerpo contra el suyo. Al salir del baño y ponerse ropa para dormir, su teléfono sonó. No necesitaba ver el número para saber quién era. Antes de atender, activó el cronómetro de su reloj. Al escuchar la voz firme y acompasada de Viktor, sonrió de nuevo, esta vez con sarcasmo.
—Entonces, Hernández, ¿debo darte mis felicitaciones? —preguntó Viktor, con tono irónico.
—Como quieras, señor —respondió Gabriel, con desdén.
—Es increíble cómo lograste engañarme, Gabriel Hernández García. Descubrí que, a