—Señor Silva, lo mejor sería que llame a un médico. —Rechazó Raina, firme.
Era la primera vez que le decía que no. Entonces, él contrariado, le sujetó la muñeca sin darle opción y la arrastró hacia dentro de la casa. De una patada cerró la puerta.
—No pienses que no me doy cuenta de que estás haciendo un berrinche —dijo, con la mirada dura.
Así que lo sabía, pensó ella. Y, aun así, la trataba como si sus sentimientos no valieran nada. Un nudo en su pecho se apretó hasta casi reventar, y una amargura le subió por la garganta.
—Noel... compartí tu cama siete años y ahora me dejas tirada sin una sola explicación. ¿Ni siquiera tengo derecho a sentirme herida?
Él había elegido quedarse con Marta sin decirle una palabra. Aunque para él solo hubiera sido una amante, aunque ya no la quisiera en su vida, lo mínimo habría sido decírselo de frente.
Pero no... prefirió gritarle su amor a Marta en público y reducir a Raina al papel de asistente.
—¿Quién dijo que estabas fuera? —replicó él, incómodo, jalando de su camisa. Los botones saltaron al piso, dejando ver el pecho cubierto de manchas rojas.
Ella sabía lo mal que la pasaba en esos episodios. Por un segundo pensó en no ayudarlo, recordándose que ya no le debía nada... pero al final cedió. Fue a buscar la pomada.
Su mano, junto con el frasco, quedó atrapada con la de él.
—Raina, nunca dije que no te quería. Y tú me prometiste que no ibas a dejarme. Ninguno de los dos ha olvidado eso.
Ella no esperaba que recordara esas palabras. De golpe, su mente la llevó a sus inicios: cuando lo recogió y lo llevó a su pequeño departamento. Sus días eran solo comer, dormir y hacer el amor... hasta que el dinero se le terminaba.
Noel consiguió trabajo como botarga, disfrazado en pleno verano, saludando y abrazando niños solo para juntar unas monedas y comprar comida. Un día se desmayó por el calor.
Cuando Raina le preguntó por qué se arriesgaba de esa forma, él le respondió sin dudar:
—No voy a permitir que mi mujer pase hambre conmigo.
Esa frase le robó el corazón y la amarró a él durante siete años. En todo ese tiempo le entregó lo mejor de sí. Y cuando sus amigas dudaban de su relación, ella respondía segura:
—Noel no se casará con nadie más que conmigo.
Pero la vida la golpeó de frente: él estaba a punto de casarse con otra.
—¿No crees que decirme esto ahora, cuando ya tienes fecha de boda, es una burla? —preguntó ella, con los ojos brillando bajo la luz, a punto de desbordar en lágrimas.
—A quien quiero de verdad es a ti —le dijo, acariciándole la cara—. El motivo por el que me caso con Marta lo sabrás el día de la boda.
Su mirada era honda, cargada de sombras.
—Tú estuviste conmigo en mis peores momentos. Nadie puede reemplazarte. Ella es solo un juego, Raina. Pase lo que pase, créeme: a quien amo eres tú.
Le besó la mano con calma, como si quisiera sellar sus palabras.
—¿Me crees?
Ella no lo creía. Si de verdad hubiera querido casarse con ella, lo habría hecho años atrás, y más teniendo todo para hacerlo.
—Noel... —Empezó a decir, pero el celular sonó.
En la mesa del sofá apareció el número de la clínica. Un mal presentimiento la recorrió. Su celular se había quedado en el auto, así que esa llamada solo podía ser para ella. Y si era así, significaba que algo le había pasado a su abuela.
Tomó el celular de Noel y contestó de inmediato.
—Hola, soy Raina. Sí... voy para allá.
Colgó y lo miró, con el corazón encogido. La abuela había pedido ver a Noel. Ella no sabía si debía permitir que él la acompañara o no.