Alejandro entendía perfectamente lo que su abuela quería decirle.
Antes, comprometerse con Sofía solo había sido una cuestión de conveniencia: ella tenía la posición adecuada.
Pero ahora, casarse con Sofía significaba quedarse con todo el patrimonio de los Valdés.
En su mente todavía resonaban las palabras que Sofía le había lanzado esa misma mañana.
El orgullo masculino lo atravesó como una llamarada.
—Abuela, no tiene caso que insista. Ya rompimos el compromiso y no voy a ir a suplicarle matrimonio.
Dicho eso, Alejandro subió las escaleras sin mirar atrás.
La anciana sabía muy bien cómo era el carácter de su nieto. Su rostro se ensombreció.
Si él no bajaba la cabeza, sería ella quien le allanara el camino.
A la mañana siguiente, la noticia de que Luisa había sido enviada a prisión y de que Tomás había sido expulsado de la mansión corrió como pólvora entre la élite de Ciudad Brava.
El apellido Valdés ahora quedaba en manos de Sofía, la única heredera.
En la Universidad de Finanzas, el