El murmullo de las conversaciones recorría el salón.
Todos querían saber por qué Sofía había sido invitada al banquete de la familia Rivera.
En el interior del Hotel Real, el secretario tocó la puerta del salón de descanso en el segundo piso.
—Señor Rivera, los invitados ya llegaron, deberíamos bajar.
—Claro.
Alejandro se frotó el entrecejo. Cada vez que cerraba los ojos, regresaban a su mente las palabras que Sofía le había lanzado el día anterior.
Si no fuera porque su abuela había insistido en organizar aquella cena, él no habría aceptado verla.
En la planta baja, Sofía apareció y de inmediato se convirtió en el centro de todas las miradas.
No era por la ostentación de su vestido, sino porque ahora era la única heredera de los Valdés.
Quien se casara con Sofía heredaría toda la fortuna, y si a ella le ocurría algún accidente, su esposo se quedaría con todo.
Por eso, los hombres presentes no apartaban la vista de ella.
—Sofía, ven, acércate conmigo —la llamó la abuela Rivera con una