El cielo de Moscú despertaba con tonos de lavanda y dorado. Las primeras luces del amanecer se colaban a través de los ventanales de la Mansión Orlova, iluminando la cocina con una calidez suave. Alexandra Morgan, enfundada en una bata de satén color marfil, sostenía una taza de café entre sus manos. El aroma intenso llenaba el aire, mientras ella se permitía unos minutos de calma. Sus pensamientos, sin embargo, no eran tan serenos.
España. El viaje no solo significaba ver a su hermana Sofia y compartir unos días familiares, sino también alejarse, respirar, reorganizar sus emociones después del caos emocional que Mikhail Baranov despertaba en ella. Sabía que huir no era la solución, pero tampoco quería quedarse lo suficiente como para entregarse a ese deseo que comenzaba a nacer, uno que amenazaba con devorarla. No aún.
Terminó su café y caminó con paso firme hacia su oficina. Natalia ya la esperaba con su usual eficiencia, revisando informes desde temprano.
—Natalia —llamó Alexand