El amanecer en Moscú tenía ese aire de poder y nostalgia que solo una ciudad como esa podía ofrecer. Afuera, los tejados estaban cubiertos con una fina capa de escarcha que comenzaba a derretirse lentamente, mientras los primeros rayos del sol acariciaban los ventanales de la Mansión Orlova. Dentro, un suave aroma a café recién hecho llenaba el ambiente, como un abrazo cálido en medio del frío invernal.
Alexandra Morgan estaba de pie en la cocina, con una taza entre las manos y la mirada perdida en la ciudad que ahora era su campo de batalla y su refugio. Vestía una bata de seda color perla que le caía suavemente sobre la piel, reflejando la luz tenue del amanecer. Su cabello recogido en una coleta desordenada dejaba ver la curva delicada de su cuello, mientras sus pensamientos divagaban entre reuniones, estrategias… y aquel beso. Quizás los besos de Mikhail Baranov eran su tentación y su perdición.
La pantalla de su teléfono vibró sutilmente sobre la encimera. Al ver el nombre de su