La brisa marina se mezclaba con el perfume caro de las calles de Barcelona. Las luces del puerto reflejaban en el agua un cuadro que parecía sacado de una postal, pero lo que estaba por ocurrir no tenía nada de inocente. Alexandra Morgan caminaba con elegancia sobre los muelles privados. Aún le costaba entender cómo había terminado aceptando aquella invitación, pero lo cierto era que las palabras de Mikhail Baranov no eran simples frases... eran órdenes disfrazadas de promesas.
—¿Te gustaría dar un paseo en yate conmigo, Alexandra? —le había dicho él, con la voz grave y esa mirada que parecía conocer sus respuestas antes que ella.
Su cuerpo había reaccionado antes que su mente. Tal vez fue la forma en que él pronunció su nombre, o cómo su presencia lo llenaba todo.
— Está bien, vamos — Alexandra había dicho que sí, aunque una parte de ella gritaba que lo pensara mejor. Pero ¿cómo se le decía que no a Mikhail Baranov?
Caminaron hasta llegar al muelle, la brisa marina remueve el cab