El silencio que envolvía el yate se volvió denso, casi sofocante. Las luces tenues de la embarcación se reflejaban sobre el agua oscura del mar, que oscilaba con calma mientras Barcelona se difuminaba en el horizonte, como si la ciudad misma quedara atrás para dar paso a otra dimensión. Allí, en medio del agua, lejos del ruido, de los secretos y del pasado, solo quedaban ellos dos.
Alexandra sintió el peso de la mirada de Mikhail sobre su espalda mientras se acercaba a la baranda. La brisa nocturna jugaba con su cabello, alborotándolo suavemente, y el sonido del mar se fundía con los latidos de su propio corazón. Era como si el universo entero contuviera la respiración.
—¿Te arrepientes de haber venido? —preguntó él, su voz grave, pero más suave de lo habitual, con un matiz que a Alexandra le resultó extraño… casi vulnerable.
—No —respondió sin mirarlo, temiendo que su rostro la traicionara—. Es… diferente a lo que imaginé.
—¿Y qué imaginaste?
Ella giró apenas el rostro, permitie