La luna se alzaba en el cielo como una diosa silenciosa, derramando su luz plateada sobre la superficie ondulante del mar. El yate se mecía suavemente, anclado en medio de la inmensidad acuática, como si el mundo se hubiese detenido para ellos. En la cubierta principal, el silencio lo envolvía todo… hasta que Mikhail Baranov se acercó a Alexandra con la precisión de un depredador elegante, sus pasos seguros y silenciosos como un susurro de tormenta, había ido por una copa más de bebida.
Ella lo sintió antes de verlo. La intensidad de su presencia era imposible de ignorar. Sus sentidos parecían volverse más agudos con cada segundo, como si su cuerpo entero anticipara lo inevitable. Alexandra tenía los pies descalzos, y la brisa del mar le acariciaba los tobillos mientras se sostenía de la barandilla, mirando el reflejo de la luna en el agua. Su vestido de seda azul noche ondeaba con suavidad, delineando su figura con provocadora naturalidad.
Mikhail se detuvo a escasos centímetros de