RUSIA
El ambiente del despacho privado en la mansión de los Baranov en Moscú estaba impregnado de silencio, lujo y tensión. Las ventanas de cristal polarizado dejaban entrar la luz tenue de la tarde, iluminando apenas el escritorio de roble oscuro donde Mikhail hojeaba un contrato de armas con los dedos manchados de tinta y el cigarro consumiéndose en el cenicero.
Un discreto golpe en la puerta resonó antes de que esta se abriera lentamente. El mayordomo se inclinó con una ligera reverencia.
—Señor Baranov, el señor Vadim Dubrovskaya está aquí.
Mikhail no alzó la mirada del documento. Solo dejó caer un seco:
—Hazlo pasar.
Vadim entró con paso firme, aunque la rabia contenida endurecía sus rasgos y tensaba sus hombros. Vestía un abrigo largo, guantes de cuero negro y una bufanda gris que le colgaba del cuello. El rostro le delataba; no había dormido bien. Veronika había llorado toda la noche.
Se plantó frente a Mikhail, quien seguía concentrado en su documento. El silencio fue m