Natasha temblaba acurrucada en la cama, empapada en sudor frío. Cada respiración era un suspiro entrecortado, un jadeo que apenas lograba llenar sus pulmones. El dolor bajo su hombro era tan punzante, tan ardiente, que sentía que le atravesaba hasta los huesos. Era un dolor extraño, casi inhumano, como si algo se estuviera gestando dentro de ella, algo que no pertenecía a su cuerpo.
Sus labios temblaban, mordidos por la impotencia y el miedo. ¿Qué demonios le estaba pasando? ¿Quién era aquel hombre? Su mente no dejaba de girar en espirales de terror, repitiendo una y otra vez la misma pregunta: ¿Por qué sentía que esas personas no eran personas? No… no eran humanos.
Su corazón latía desbocado mientras trataba de aferrarse a una lógica inexistente. ¿Animales? ¿Bestias? ¿Monstruos? No podía ser. Jamás había escuchado nada parecido al menos, no fuera de los cuentos. Recordó fugazmente las historias que le contaba su abuela, historias que siempre consideró meras leyendas para entretener a