Ella no tiene lobo. Él es su destino. Pero nadie puede huir del destino. Elara siempre fue diferente. Hija de un Beta y de una legendaria guerrera, estaba destinada a ser fuerte, poderosa... una futura líder. Pero el día de su primera transformación, nada ocurrió. No hay lobo. No hay conexión con la Diosa Luna. No hay lugar para ella dentro de su manada. En la noche de su decimoctavo cumpleaños, su mundo se desmorona. Su familia es deshonrada, despojada de sus títulos y obligada al exilio. Buscando refugio en la Manada Black Creek, Elara intenta empezar de nuevo, demostrarse útil… incluso si eso significa ocultar el secreto que podría condenarla. Pero todo se complica cuando el Alfa de la manada, **Ryden**, fija su atención en ella. Su mirada es imposible de descifrar, y su presencia la pone al límite: cuanto más cerca está de él, más difícil se vuelve ocultar lo que realmente es. Hasta que el destino interviene. Ryden es su compañero predestinado. Elara nunca quiso un vínculo. No después de una vida marcada por el rechazo. Y Ryden no entiende cómo la Diosa pudo unirlo a una hembra sin lobo. Ahora, ambos deberán decidir: ¿luchar contra el destino o rendirse a él? Porque a veces, el amor es la magia más peligrosa de todas.
Leer másLos siguientes días pasaron en un borrón de rutina y adaptación. El lunes llegó, y me vestí con mis jeans y una camiseta azul antes de tomar mi mochila y guardar mis libros escolares. Mi madre y mi padre tenían una reunión con el Alfa Ryden ese día, antes de que les asignaran sus nuevos trabajos.Al llegar frente a mi nueva escuela, el presentimiento se instaló en el fondo de mi estómago. Mi madre me miró por el espejo retrovisor.—¿Puedo fingir que estoy enferma hasta la próxima semana? —le supliqué. Ella solo alzó una ceja.—Estarás bien. Y por lo que parece, puede que yo también trabaje aquí. Solo mantén la cabeza baja y compórtate, Ellie —me advirtió. Asentí.Con un suspiro pesado, abrí la puerta trasera y bajé del auto. Miré el edificio de ladrillo frente a mí, sabiendo que probablemente sería como el anterior: una decepción y un nuevo lugar de tormento si descubrían que no tenía lobo. Y gracias a las obligatorias carreras de la manada, no pasaría mucho antes de que eso ocurriera
ElaraA la mañana siguiente, el Beta Lucas nos despierta temprano. Subimos al coche y lo seguimos mientras conduce hacia las afueras del pequeño pueblo. La casa es más bien una cabaña con un amplio porche delantero y un camino de grava. Es acogedora, escondida entre los árboles. Al bajar del coche, sigo a mi padre hacia el interior.El Beta Lucas abre la puerta verde de madera antes de entregarle las llaves a mi padre.—¿Está seguro de que quiere vivir tan lejos? Hay muchas casas vacías en el pueblo que podrían adaptarse mejor a sus necesidades.—No, esta es perfecta. Gracias, Beta —responde mi padre.—Somos del mismo rango, y para ser sincero, usted lleva más tiempo que yo en esto. Podría enseñarme un par de cosas. Solo llámeme Lucas, y bienvenidos a la manada —dice el Beta antes de darle una palmada en el hombro.Baja los escalones hasta el césped, se detiene a mi lado y olfatea el aire.—Tienes un olor diferente al de la mayoría de los lobos —observa, estudiándome. Me tenso al inst
ElaraEl calor de su pecho firme presiona contra mi espalda. Su respiración es pausada, pero cada exhalación parece marcar el compás de la mía. Trago saliva, intentando ignorar el temblor que me recorre los dedos.—Yo, Elara Hartley, juro lealtad y mi vida al Alfa Ryden… —mi voz se apaga un segundo. No sé su apellido. Giro la cabeza hacia él y el aire se espesa con su aroma: sándalo, canela y algo más oscuro, salvaje, que se enreda en mis sentidos y los confunde.—Steele —susurra, tan cerca que su aliento roza la piel de mi cuello.El sonido de su voz vibra en el aire, profundo, autoritario. Abro los ojos de golpe, avergonzada de haberme quedado inmóvil, atrapada en ese instante. Está tan cerca que el calor de su cuerpo me sube a las mejillas. Cuando se aparta apenas unos centímetros, juro ver una sombra de sonrisa, fugaz, en sus labios.—Alfa Ryden Steele, de la manada Black Creek —repito con voz temblorosa. Apenas la última palabra abandona mis labios, un dolor punzante estalla en m
Elara—Puedes sentarte —dice, asintiendo hacia la silla junto a mí.Miro el asiento como si fuera a cobrar vida y morderme el trasero. Él carraspea, y yo me apresuro a sentarme en el borde, con la pierna rebotando mientras entrelazo las manos sobre mi regazo, incapaz de quedarme quieta. Miro hacia la puerta, donde mis padres me esperan, antes de apartar la vista.La habitación es amplia, digna de un Alfa. Aunque me sorprende ver las estanterías que cubren las paredes; tiene más libros que la biblioteca de nuestra antigua manada. Mis dedos me pican por tomar uno y descubrir qué tipo de persona es a través de sus lecturas. Su escritorio está en el centro, lo que lo hace parecer aún más imponente.Al volver a mirarlo, descubro que el Alfa me observa otra vez.—¿Tu nombre es Elara? —pregunta, pronunciándolo correctamente. La mayoría de la gente no lo hace la primera vez, o simplemente no les importa.—Sí, Alfa.—Puedes llamarme Ryden —corrige enseguida, y yo asiento.—¿Cuántos años tienes
ElaraAmbos me miran, olfateando el aire mientras los observo. Por su aroma, sé que son hombres lobo, y de alto rango.—El Alfa los espera —gruñe el hombre de cabello oscuro, con los costados desvanecidos. Parece tener poco más de veinte años y, por la autoridad que emana, puedo decir que es el Beta de la manada. Sus ojos se dirigen hacia mí y me recorren de arriba abajo con una expresión imposible de leer.¿Está enojado o sorprendido? No lo sé, pero sea lo que sea, lo disimula enseguida. Presiona los labios en una línea y traga saliva, volviendo su atención hacia mi padre.—¿Esta es su hija? —pregunta con un tono seco, casi burlón, señalándome sin molestarse en ocultar su desagrado. El aire parece volverse más denso entre nosotros. Sus ojos, de un gris metálico, me fulminan con una intensidad que me deja helada, como si quisiera desmenuzarme con la mirada.—Sí, esta es mi hija, Elara. Yo soy Marcus —responde mi padre, extendiéndole la mano con calma forzada—. ¿No alcancé a oír tu nom
Elara—¿La abofeteó? —susurra mi padre, recostándose brevemente en el asiento con una sonrisa tontuela que me arranca una risa corta.—¿Le dio fuerte? —bromea, guiñándome un ojo mientras enciende el motor. Detrás, el camión de mudanza nos sigue por la carretera.—¿Y tú, papá? ¿No eras el Beta? —pregunto. La voz me sale más pequeña de lo que quería. No respondo a su chiste; necesito que él me conteste todas mis preguntas.—No voy a seguir en una manada que desprecia a mi hija. Si la empujan a irse, yo me voy con ella —dice, seco, con esa firmeza que corta cualquier intento de réplica.El alivio me golpea primero, pero enseguida llega la culpa: los arranco de todo lo que conocen, y el peso de eso me oprime el pecho. Mi madre me toca la rodilla, su mano cálida es un ancla en medio del caos.—Todo saldrá bien, Ellie. Lo prometo.Yo no estoy tan segura, y lo que pregunto lo sabemos todos:—¿Quién aceptaría a una chica sin lobo?—No estás sin lobo, solo eres tardía —responde ella, aferrándo
Último capítulo