El sol comenzaba a filtrarse por las rendijas de las cortinas, proyectando una luz dorada y tenue sobre el dormitorio de Aleksei. El aire olía a café y a sábanas revueltas. Brooke se movió lentamente entre los brazos de él, aún adormecida, con los músculos relajados y el cuerpo envuelto por el calor que solo se siente cuando se duerme en casa. En su casa. En su refugio. En él.
Aleksei, aún medio dormido, pasó la mano por su cintura y la atrajo más hacia sí, sin abrir los ojos. Su respiración era pausada, profunda. Pero cuando Brooke levantó la vista y vio cómo su pecho se alzaba y descendía con calma, supo que él no estaba tan dormido como parecía.
—Buenos días, Alek —murmuró ella, con una sonrisa perezosa.
—Mmm… —gruñó él, enredando los dedos en su cabello—. No quiero levantarme si vas a llamarme así.
—¿Así cómo?
—Tan suave —susurró cerca de su oído—. Me desconcentra.
Brooke rió en voz baja y se giró en sus brazos para mirarlo de frente. Sus cuerpos encajaban como piezas de un rompec