El domingo amaneció gris, con una lluvia fina que parecía acariciar las ventanas en lugar de golpearlas. Brooke despertó en su habitación, con la sensación de haber soñado con alguien pero sin poder recordar los detalles. Solo le quedó un rastro: el calor de una mirada azul que no se borraba.
La noche anterior se le presentaba como un eco distante, pero cuando bajó a la cocina y vio su vestido colgado en el respaldo de una silla, todo volvió con nitidez. Ethan. La pista de baile. La cocina. Aleksei. Sus palabras.
No quería pensar en él. O sí. Pero no sabía cómo. ¿Qué se supone que debía hacer con lo que sentía si él seguía siendo una muralla de silencio e intensidad?
Cogió una taza y preparó café. Mientras esperaba, abrió su cuaderno. Aún estaban ahí las palabras escritas de madrugada:
“No sé si él es un refugio o un incendio. Pero no puedo alejarme.”
Suspiró. Lo cerró sin borrar nada.
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Ese mediodía le tocaba turno en el bar. Brooke llegó con el cabello recogido en una coleta alta