Al borde del abismo (2da. Parte)
Dos días después
Málaga
Camila
Cuando por fin había empezado a asomar una leve esperanza de que esta guerra familiar podría quedar atrás —irme lejos con Iván, recomenzar—, la realidad me arrancó ese sueño de un tirón: la llamada de Andrés. Me dijo, sin palabras de consuelo, que mi abuela quería asesinar a Iván. El mundo se me fue de golpe; sentí el miedo filtrarse por cada poro como agua helada.
Salí disparada del hospital sin pensar. El auto temblaba bajo mis manos torpes; el pie hundido en el acelerador, los semáforos eran manchas rojas que ignoré. Conducía con la cabeza llena de imágenes: Iván ensangrentado, tendido; Iván muerto. Pero no estaba preparada para perderlo, no ahora que había comenzado a imaginar una familia con él.
Llegué a la mansión en caos: luces de patrullas, gritos de las empleadas, el ulular de una ambulancia que se me clavaba en el pecho. Abrí la puerta del jardín y me abrí paso entre la gente con las piernas temblorosas, el estómago encogido. Vi a Ramiro con la