Al borde del abismo (3era. Parte)
El mismo día
Málaga
Iván
Estaba aturdido, con la cabeza girando y la piel erizada. Aún no terminaba de procesar la muerte de doña Beatriz cuando Ramiro me acusó de haberla matado. Todo sonaba irreal, grotesco. Cualquier explicación que le daba se estrellaba contra su sordera voluntaria; no quería oírme. Y en el fondo lo supe: su dolor le dio la excusa perfecta para culparme. Su madre, con su muerte, le había entregado el arma ideal para destruirme. Y él no dudó en usarla.
La mansión era un caos. Las empleadas lloraban sin consuelo, la policía iba y venía tomando fotos, levantando pruebas, y Andrés se veía como un niño perdido, sentado junto al cuerpo de su madre, llorando sin reservas. Ramiro, en cambio, estaba fuera de sí. Me apuntaba con el dedo, me gritaba, me miraba con odio puro. En su mirada había algo asesino, una sed de venganza que helaba la sangre.
Intenté mantenerme sereno. No serviría de nada perder el control. Pero la llegada de Camila me quebró. Bastó verla. Sus ojos est