Despierto

- ¡Date prisa!. Ya casi es la hora de abrir y aún no hemos terminado. ¡El Señor Carusso nos va a querer matar como vea que no hemos acabado!.

Rosario miraba espantada la hora marcada en el reloj de pared que tenía enfrente y luego sobre su hombro asustada, mientras de rodillas, fregaba el piso con gran ímpetu.

- Tranquila Rosario, ya casi hemos terminado.- Adhara trató de consolarla, aún cuándo ella estaba también al borde del colapso.

Escucharon risitas en el pasillo contiguo y Adhara fulminó con la mirada a las dos mujeres que las señalaban y las miraban divertidas.

Ambas chicas eran vistas como la peor elección en cuánto a empleados en el bar según algunos, más sin embargo, eran excelentes a la hora de limpiar y repartir tragos a clientes que les gustaba la tranquilidad y sólo buscaban divertirse, y eso, eran puntos a favor.

- Tengo miedo. Escuché rumores de que el mayor de los Lombardi vendrá esta noche de nuevo y que quiere carne fresca.- Rosario murmuró, sin poder ocultar su nerviosismo.- Somos las únicas dos que nunca hemos sido obligadas a servir como las demás, y tengo miedo de que hoy no nos libremos.

Adhara se puso en pie y miró a su compañera: entendía su miedo.

Después de todas las cosas que habían escuchado hablar de él, hasta el más valiente tendría su momento de reflexión y prudencia.

Un escalofrío recorrió a la pelinegra al recordar el breve encuentro que había tenido con este días atrás.

Sólo habían sido minutos, pero habían bastado para dejarle aquella sensación de peligro impregnada en todo su ser.

Adhara resopló: su residencia estaba en la capital, entonces ¿Por qué aparecía todos los fines de semana en aquel bar, buscando chicas que amaran el dinero fácil?. ¿Acaso no habían mejores lugares en su ciudad?.

Sabía que la mayoría de meseras ahí eran contratadas por su belleza, sólo ellas dos eran la excepción, pero, no dudaba que en la capital también hubieran mujeres hermosas.

O al menos eso creían, ya que Rosario con su acento latino y sus curvas de infarto, podía tener al hombre que quisiera a sus pies. Sus pechos voluminosos, sus caderas anchas y su trasero alzado y redondo volverían hasta al hombre más santo en un pecador.

Adhara no se quedaba atrás: con su cintura estrecha, sus pechos bien dotados, piernas largas y torneadas, cabellera negra como la misma noche al igual que sus ojos, podía tener a quien quisiera comiendo de su mano, más sin embargo ambas chicas no querían tales elogios.

Las dos siempre vestían ropas anchas y desgastadas. Ninguna contaba ni con el tiempo ni con el dinero para preocuparse por su imagen, pues ambas no contaban con la buena fortuna de la vida.

Eso y la renuencia a acercarse de más a los hombres, les había ganado cierto respeto por parte del gerente del lugar, quien las relegó a tareas dónde ellas se sintieran más cómodas, lejos de los principales clientes de gustos exóticos.

- Seguramente Georgia estará feliz con tal noticia.- Adhara comentó con una mueca de desprecio, saliendo de sus pensamientos.

- ¡Esa estúpida!... Algún día se le acabará la belleza y juventud que ahora presume y veremos si entonces puede seguir siendo tan arrogante.- Rosario respondió rencorosa, recordando todas las humillaciones a las que la susodicha las había sometido.

Adhara la tomó del brazo, ayudándole a ponerse en pie y juntas se encaminaron afuera, justamente cuando el administrador del bar aparecía para supervisar el trabajo de ambas jóvenes.

- ¡Muy bien chicas!. Definitivamente ustedes si saben cumplir con sus deberes.- El hombre aplaudió complacido.- Les aviso que habrá bono extra para ustedes, pero no se lo digan a nadie.- Donatello Carusso les guiño un ojo cómplice.

Adhara y Rosario le sonrieron agradecidas, pues aunque era un hombre exigente, frío y calculador, por alguna extraña razón siempre había sido amable con ellas. Incluso, él mismo había discutido en más de una ocasión con algunos clientes que habían tratado de faltarles el respeto.

"Se lo que tengo frente a mí. Se distinguir quien busca la riqueza y el poder y quien busca tener una vida digna y yo no soy quien para negarle a cada uno lo que quiere". Fueron sus palabras cuando las jóvenes se presentaron buscando empleo.

- Ahora vayan al área de cocina. Deben lavar todos los trastos ya que hoy será una noche agitada y debe estar todo impecable.

- ¡Sí señor!.- Ambas jóvenes asintieron y se retiraron de inmediato, sonriendo cómplices entre sí.

- ¿Crees que deberíamos darnos una ducha?. Apesto a líquidos de limpieza y probablemente también a inodoro. Dudo que en la cocina nos dejen entrar así.- Rosario hizo una mueca de disgusto al oler su ropa.

- Creo que es lo mejor. Aún tenemos ocho minutos antes de que el bar abra y entre las dos seguramente terminaremos más rápido.- Adhara abrió su casillero y sacó algunas prendas, pues ella tampoco soportaba aquel olor sobre sí.

- Tienes razón.

Ambas se dirigieron al área de duchas y se dieron un baño rápido para retomar sus labores cuánto antes.

Justo cuando Adhara abandonaba el cubículo en el cuál se encontraba, escuchó voces discutiendo enfurecidas en el pequeño pasillo.

- ¿De verdad crees que sólo porque un rico se mete entre tus piernas vales más que yo?.- La voz de Rosario desprendía rabia y veneno por igual.

- Al menos no tengo que lavar baños como otras, a las cuáles ni siquiera los perros son capaces de ladrarles.- La inconfundible voz de Georgia hizo a Adhara rodar los ojos.

- Prefiero lavar baños a andar mostrándole el color y el tamaño a cuanto hombre se me ponga en frente.

Georgia alzó la mano dispuesta a abofetear a Rosario, cuando Adhara se interpuso entre ambas frenando el golpe.

- Ya deja de molestarnos Georgia. Vive tu vida y no te metas en la nuestra.- Adhara soltó su mano, antes de tomar a Rosario del brazo y sacarla de ahí.

Su atención se desvió hacia la clara marca de una palma en el rostro de Rosario, cuyo color rojizo denotaba que era reciente.

Hiba a preguntarle que pasaba, pero se quedó con la pregunta en la punta de la lengua cuando escuchó a Georgia lanzarles toda clase de insultos y tuvo que hacer un esfuerzo sobre humano para detener a Rosario y evitar que le rompiera la cara a la rubia.

- ¡Estúpida rubia falsa!.- Rosario escupió con furia.- Algún día voy a explotarle los pechos operados y la cara plástica que tanto presume y entonces veremos de que está hecha realmente la muy mustia.

- Déjala, no vale la pena Rosario. Mejor vamos a fregar los trastos, ya abrieron y no tardará en llenarse.

Adhara arrastró a Rosario hasta la cocina, dónde sin decir nada empezaron a fregar vasos, copas, charolas y pequeños platos dónde se servían aperitivos.

Quería ir por un unguento y aplicarlo en la mejilla de la latina, pero el trabajo no le daba tiempo, ya que parecía que entre más trastos fregaban, estos en lugar de disminuir, aumentaban.

Ya estaban a punto de terminar, cuando una de las meseras ingresó al lugar y caminó directamente hacia ellas.

- Adhara, ve a limpiar la habitación privada número ocho.- La mujer indicó indiferente, dejando una bandeja de copas vacías en el fregadero.

La pelinegra no respondió, simplemente dejó lo que estaba haciendo y con sus manos entumecidas, tomó los implementos necesarios y salió hacia el lugar indicado.

Su corazón se saltó un latido cuando al entrar por la puerta que se encontraba abierta, vió a hombre un poco mayor y de rostro atractivo elegantemente vestido, con la rubia falsa sentada en sus piernas.

Adhara agachó el rostro y poniéndose de rodillas comenzó a limpiar en silencio los vidrios rotos y el vino derramado en el piso, mientras Giovanni Lombardi y Georgia le taladraban los oídos con sonidos que no deseaba escuchar.

De repente sintió como un líquido frío caía sobre su cabeza y se deslizaba por su cabello y rostro impregnandolo del hedor a alcohol. La joven levantó el rostro y miró como Georgia sonreía con suficiencia.

- Ups, se me cayó.

Adhara apretó los dientes, tratando de no caer en el juego de la mujer. Su rostro se contorsionó de dolor cuando al volver a fregar el piso, sintió la punta del tacón de la mujer presionar su mano.

- Esto es para que te quede claro cuál es tu lugar. A mis pies. Giovanni es mío y como te atrevas a volver a coquetearle voy a destruirte.- Rabia era lo único que destilaban sus palabras.

Adhara la miró sin entender, sólo dándose cuenta entonces que el hombre ya no estaba en la habitación.

Georgia levantó el pie y se fue de la habitación enfurecida. Un sollozo escapó de los labios de Adhara: nunca podía estar en paz.

-¡Adhara!.- Rosario irrumpió en la habitación y al ver a su amiga llorando corrió a abrazarla.- No llores más, algún día pagará cada humillación, ya lo verás.

La pelinegra se aferró a la latina, desahogando con lágrimas toda la frustración que la ahogaba. Quebrandose no sólo por la humillación a la que Giorgia acababa de someterla, sino por todo lo que tenía encima y no sabía como solucionarlo.

De repente, el timbre de su teléfono la sobresaltó.

- Contesta. Te espero fuera.- Rosario se puso en pie y después de ayudarle a levantarse, salió del lugar y la dejó sola.

- ¿Hola?.- Adhara contestó en un susurro. Tratando de contener el temblor que aún persistía en su voz.

- ¿La señorita Adhara Ricci?.- Una mujer preguntó al otro lado de la línea.

- Sí, ella habla.

- Le llamamos del hospital para informarle que el paciente de la habitación 14 ya ha despertado y desea verla. Qué tenga linda noche.

La llamada se cortó y Adhara bajó el teléfono de su oreja lentamente, sin creer lo que escuchaba, pero sin poder evitar sonreír contenta: él había despertado.

Sus esfuerzos no fueron en vano: él ya había despertado y la estaba esperando.

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