Los tenues rayos del sol se colaban entre las cortinas color vino que bailaban al ritmo del viento, con un vaivén tranquilo que parecía más una caricia, iluminando un poco la lúgubre habitación. Un hombre se encontraba sentado en una silla de alto respaldo de cuero, de espalda a la ventana y frente a un gran escritorio lleno de papeles, con un cenicero, una laptop y rodeado de enormes estanterías, de dónde varios libros sobresalían sin problema. Su mirada oscura se encontraba perdida, fija en un punto inexistente, mientras entre sus dedos, un cigarrillo encendido poco a poco se reducía a cenizas.No tenía más de treinta y cinco años, aunque su ceño fruncido y la mueca de fastidio que adornaban su rostro, lo hacían parecer de mayor edad.Miraba hacia la nada, sumido en un torbellino de emociones y pensamientos que parecían preocuparle.Habían pasado apenas unos días de lo sucedido y aún no tenía la más mínima idea de lo que había sido de aquel pobre imbécil. No tener noticias era al
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