Mundo ficciónIniciar sesiónSofía, una joven inocente, comienza a trabajar como asistente ejecutiva de un exigente CEO que la lleva al límite con sus demandas extremas. En su afán por complacer a su estricto jefe, Sofía comete un grave error que cambiará su vida para siempre. Ahora, con su pequeño gran secreto a cuestas, deberá encontrar la fuerza para seguir adelante bajo las órdenes de este implacable jefe. Cada día se convierte en una prueba agotadora para ocultar la verdad y cumplir con las expectativas, mientras el CEO sigue presionando sin piedad. Sofía se debate entre su lealtad al trabajo y la necesidad de proteger su mayor tesoro. Sabe que un solo descuido podría costarle todo. ¿Logrará mantener el secreto que le dará un nuevo sentido a su vida?
Leer másEn el dorado crepúsculo de una era, la familia Cavendish y sus seres queridos se encontraban en un remanso de paz que, tras años de turbulencias, parecía un sueño cristalizado en la realidad. La mansión, se mantenía como el corazón palpitante de la familia, un lugar donde el pasado y el futuro se entrelazaban en perfecta armonía. Elvira y Sir Alexander, eran el núcleo de un amor que se extendía a través de su hijo hacía sus nietos, pequeñas chispas de su legado que llenaban cada rincón con risas y carreras. Su vejez era un lienzo pintado con los colores del atardecer, cálidos y acogedores. —Padres —los llamó César al entrar junto a la feliz Sofía y sus hijos— tenemos una noticia que anunciar. —¿Y cuál es si se puede saber? —preguntó Sir Alexander. —Pues no sé si alguno de ustedes se acuerda de que Sofí y yo estamos casados, pero nunca celebramos una boda, y quiero que lo hagamos ahora, que todo parece que está en su lugar. Mamá, ¿nos ayudas? La petición de César resonó en el a
Luego de la enorme expectación que creo enseñar a la IA al mundo. Y ante el llamado del mayordomo, haciendo que todos se colocaran de nuevo en sus puestos y se concentraran en las palabras que estaba diciendo el padre de la iglesia. La ceremonia continuó con una mezcla de tradición y modernidad, reflejando el vínculo entre lo humano y lo artificial. —Ya pueden decir sus votos — declaró el padre. César visiblemente nervioso y emocionado, fue el primero que decidió hacerlo, Dio un paso para acercarse aún más a Sofía y le tomó las manos con amor antes de iniciar a hablar. —Sofía, mi compañera de vida, mi faro en la oscuridad, mi risa en la duda, hoy, frente a la familia, amigos y la presencia etérea de Airis, reafirmo mi amor por ti. Desde aquellos días tempestuosos en que mi corazón se encontraba en su punto más frágil, hasta este momento bajo el cielo abierto y sereno, has sido mi constante, mi salvación. ... César se detuvo un momento antes de continuar sin dejar de mirar a
En el dorado crepúsculo de una era, la familia Cavendish y sus seres queridos se encontraban en un remanso de paz que, tras años de turbulencias, parecía un sueño cristalizado en la realidad. La mansión, se mantenía como el corazón palpitante de la familia, un lugar donde el pasado y el futuro se entrelazaban en perfecta armonía. Elvira y Sir Alexander, eran el núcleo de un amor que se extendía a través de su hijo hacía sus nietos, pequeñas chispas de su legado que llenaban cada rincón con risas y carreras. Su vejez era un lienzo pintado con los colores del atardecer, cálidos y acogedores. —Padres —los llamó César al entrar junto a la feliz Sofía y sus hijos— tenemos una noticia que anunciar. —¿Y cuál es si se puede saber? —preguntó Sir Alexander. —Pues no sé si alguno de ustedes se acuerda de que Sofí y yo estamos casados, pero nunca celebramos una boda, y quiero que lo hagamos ahora, que todo parece que está en su lugar. Mamá, ¿nos ayudas? —dijo con el rostro cargado de feli
Con esas palabras, el hielo se rompió y la sala se llenó de un murmullo de conversaciones incipientes. La familia Belmonte, con su historia y sus cicatrices, comenzaba a sanar con la llegada inesperada de Sofía, quien traía consigo no sólo la promesa de un nuevo comienzo sino también la esperanza de restaurar la dignidad y el amor en una casa olvidada por el tiempo. La huérfana Sofía, por fin sintió que podía reconciliarse con ese pasado que tanto daño le había hecho y que ahora volvía a ella en forma de esta familia que parecía haberse arrepentido de sus desmanes en la juventud y querían en verdad que ella formara parte de ellos. Las historias compartidas, las risas tímidas ante anécdotas de una infancia ajena, y los retratos de una niña que no reconocía como su madre, pero que ahora sabía que era parte de su linaje, todo contribuía a esta nueva sensación de pertenencia. Esa niña angelical en los cuadros, Victoria, su madre, había sido la conexión perdida entre Sofía y la fami
Los días transcurrían para todos en paz, Fenicio leía un informe, cuando vio a su esposa con los ojos fijos en él. Mía se había quedado con el teléfono pegado al oído, incrédula ante lo que acababa de escuchar. Fenicio, al observar cómo dos lágrimas se deslizaban por sus mejillas, acudió en su auxilio. —¿Qué pasa, Mía? Dame el teléfono —dijo, y lo tomó—. Hola, soy Fenicio, el esposo de Mía. ¿Quién habla? —Señor Fenicio, le llamamos de la cárcel para preguntar si van a hacerse cargo del cuerpo de Delia y de su hija —escuchó la voz de una mujer del otro lado de la línea. —¿Cuerpo? ¿Hija? Por favor, explíquese—pidió con un tono de voz autoritario. La otra voz en el teléfono pasó a informarle que lamentablemente, la señora Delia había fallecido durante el parto. Nadie sabía que estaba embarazada y, por lo tanto, no recibió la atención adecuada. La pequeña había sobrevivido y Delia tenía a la señora Mía como contacto de emergencia. —Si ustedes no se van a hacer cargo, tendremos que
César, luchando contra las carcajadas que amenazaban con escapar, seguía a su mejor amigo de un lado al otro como un fiel soldado siguiendo a su líder, aunque esta vez era más para asegurarse de que no se desmayara que para recibir órdenes. —Recuerda, Fenicio, tú me enseñaste que en la guerra y en el amor hay que esperar lo inesperado —bromeó César, intentando aligerar la situación. Fenicio lanzó una mirada que pretendía ser severa, pero que se desvaneció en una expresión de preocupación paternal. La sala de espera se había convertido en su nuevo cuartel general, y su misión era esperar, algo que ningún entrenamiento militar le había enseñado a manejar. El reloj parecía moverse al ritmo de una marcha lenta, cada tic-tac resonando como un tambor en el corazón de Fenicio. Finalmente, tras lo que parecieron horas eternas, una enfermera se acercó con una sonrisa que iluminó toda la sala. —Capitán Fenicio —dijo ella—, felicidades. Es usted padre de un hermoso niño. Es muy grande, por





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