3. HERIDA DE MUERTE

Sofía nunca en su vida se había sentido tan desorientada y confundida como ahora, mientras caminaba tambaleante por el angosto y oscuro pasillo de aquel tétrico lugar. Se sentía completamente perdida después de la terrible experiencia que acababa de vivir.

 Había crecido en un orfanato después de que sus padres murieran cuando ella era pequeña. Nunca fue adoptada y tuvo que soportar el desprecio y la lástima de todos por su apariencia poco agraciada. Usaba unos enormes anteojos que resaltaban su fealdad. Desde muy joven, Sofía decidió volverse útil y valiosa a través de su honradez, integridad y bondad. Con el escaso dinero que ganaba trabajando en el orfanato logró comprarse esos anteojos. Aunque había intentado conseguir otro trabajo, siempre la rechazaban sin considerar nada más que su apariencia.

 Finalmente, había logrado un excelente trabajo con un gran salario y vivía en un hermoso apartamento. Por eso no podía entender por qué le había ocurrido esta terrible desgracia  Y lo peor, es que se sentía culpable de lo que le había sucedido. ¡Ella sola había venido y entrado! ¿Cómo no salió huyendo al ver el sitio que era? ¿Por qué fue tan ingenua? ¿A quién iba a culpar de lo que había pasado? 

 Al salir de la habitación se había encontrado con aquella mujer esperándola en el pasillo. Le dijo que volviera por sus cosas. Sofía sabía que tenía que hacer lo posible por escapar de ese espantoso sitio. Debía encontrar la forma de salir adelante después de esto. La mujer la dejó vestirse y le dio un sobre con dinero.

—El cliente quedó más que complacido y te dejó más de lo que acostumbramos a pagar, toma, y esta es mi tarjeta, si quieres puedes venir cada vez que quieras.

 Aturdida y ausente, Sofía permitió que le guardara el dinero y la tarjeta en su bolso. La llevó hasta una puerta trasera que daba a una calle húmeda y oscura. Sin saber qué hacer o a dónde ir, la dejó allí completamente desorientada. Avanzó descalza por la oscura y solitaria calle. En su confusión, había tomado unos zapatos que no le servían y tuvo que quitárselos. No se atrevía a regresar a ese horrible lugar para cambiarlos.

 Sentía el frío suelo húmedo bajo sus pies. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, que aún conservaba la sensación fantasmal de las manos de ese hombre sobre su piel. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras una profunda desesperanza se apoderaba de ella.

¿Cómo había llegado a esto? Hasta hace poco tenía una vida envidiable, un buen trabajo, un apartamento. Y ahora, ultrajada y humillada, deambulaba descalza y perdida en medio de la noche. Se sentía como una muñeca rota, algo que habían usado y luego desechado sin contemplaciones.

 

El miedo se mezclaba con la rabia, la impotencia y la vergüenza. ¿Cómo pudo ser tan ingenua? Se odiaba a sí misma por haberse colocado en esa situación de vulnerabilidad. ¿En qué estaba pensando? Debió sospechar que algo andaba mal, por las cosas que le decía la mujer. Ahora no le quedaba nada, ni siquiera su dignidad.

 

Los sollozos sacudían todo su cuerpo mientras avanzaba sin rumbo. ¿Adónde iría? No tenía a nadie en este mundo a quien recurrir, estaba  completamente sola, como cuando era niña en aquel frío orfanato. Pero esta vez no había nadie que la protegiera o le tendiera una mano amiga.

Sofía sintió que se hundía en un pozo oscuro de desolación. Ya no le quedaban fuerzas para luchar o salir adelante. Lo había perdido todo. Solo deseaba desaparecer para siempre de este mundo cruel que la había maltratado desde el día en que nació. El timbrar insistente de su teléfono hizo que reaccionara y lo tomara, no conocía quién la llamaba, pero lo tomó con miedo.

—¿Hola?

—Hola —respondió una voz de mujer. —¿Eres la nueva asistente del señor López?

—Eso creo —respondió aguantando las ganas de sollozar,

—¿Sabes dónde está? —preguntó la voz apremiante sin hacer caso a la respuesta indecisa de ella.

—Esto es una emergencia, localízalo y dile que venga urgente, su padre se está muriendo.

—¿Muriendo? ¿A dónde debe ir? —preguntó ansiosamente, olvidando por un momento lo que le había sucedido y buscando con desesperación el número de su jefe, quien le contestó con la voz muy ronca y  adormilado.

—Hola Sofía, ¿qué quieres a esta hora? Estoy cansado, sabes que no debes llamarme a no ser que sea urgente.

—Señor, señor…, me acaba de llamar una mujer diciendo que tenía que ir urgente porque su padre estaba muriendo —hablaba lo más rápido que podía, como si de esa manera fuera a evitar cualquier cosa que le fuera a reclamar su jefe.

—¿Qué? ¿Muriendo? —Sofía pudo escuchar claramente como su jefe había salido de la cama y caminaba presuroso por la habitación, en lo que seguía interrogándola. — ¿Dijiste que mamá llamó para decir que papá está muriendo?

—Sí, sí, pero colgó, no dijo nada más. Y, y.., no sé si fue su mamá, señor, no lo dijo y nunca he hablado con ella antes, no sabría decirle. Tampoco me dio tiempo a preguntar, porque como le dije colgó.

—Está bien, tuvo que ser ella,  te dejo a cargo de todo. Me voy en el avión y no sé cuando regresaré.  Yo trabajaré desde allá, ¿de acuerdo? ¿Cuento contigo, Sofía? De que hagas exactamente todo lo que te diga depende que la empresa no se vaya a la bancarrota. ¿Entiendes? 

 Sofía guardó silencio sin comprender ahora mismo lo que estaba sucediendo. Su jefe hablaba como si nada, y un terror muy grande se fue adueñando de ella. Pues por cómo reaccionaba el señor López, parecía que no estaba molesto con ella. Sin que respondiera, él siguió dándole órdenes de lo que debía y no debía hacer. Para colgar después de decirle que confiaba en ella. Entonces si no había sido su jefe, ¿con quién ella había estado en ese lugar infernal?

Sofía colgó el teléfono con manos temblorosas. Un escalofrío recorrió su espalda. Si su jefe no estaba molesto con ella y actuaba como si nada hubiera pasado, eso solo podía significar una cosa: ¡él no había estado en ese espantoso lugar!

Entonces... ¿con quién había estado? ¿Quién era ese hombre que abusó de ella? Un terror paralizante se apoderó de Sofía. Alguien la había engañado y atraído hasta ese sórdido prostíbulo, ¿sería el taxista? No podía recordar su rostro para ir a denunciarlo. Ya le parecía extraño que su jefe frecuentaba un lugar tan miserable como ese. Tenía que investigar todo primero.

Trató de calmarse y pensar. Buscó en su bolso y encontró la tarjeta que le había dado aquella mujer. Decía "Club Atlantis" y tenía una dirección. Sofía sintió náuseas al verla. Rompió la tarjeta en pedazos y los tiró al suelo con rabia.

Necesitaba respuestas. ¿Quién le había hecho esto? ¿Y por qué? Ella no era nadie importante, no entendía qué podrían ganar lastimándola de esa forma tan cruel. Sofía había dedicado su vida a trabajar duro y en silencio, sin meterse con nadie.

 Mientras caminaba de regreso a su apartamento, su mente formulaba posibles teorías, cada una más descabellada que la anterior. ¿Y si alguien poderoso la había elegido como víctima al azar? ¿O tal vez era una venganza contra su jefe, usándola a ella para darle una lección? Cada sospecha que surgía la llenaba de más preguntas sin respuesta.

 Al llegar a su edificio, Sofía se detuvo en seco. Observó las ventanas oscuras, preguntándose si alguien la estaría vigilando. ¿Podía confiar siquiera en sus propios vecinos? El terror de no saber la invadió. Necesitaba averiguar quién estaba detrás de todo esto, antes de que volvieran a por ella.

Mientras tanto, el señor López, que hacía nada se había acostado, después de la llamada de Sofía avisando que su padre estaba en el lecho de muerte, salió corriendo dando voces a su guardia de seguridad.

—¡Rápido, rápido! ¡Tenemos que ir al aeropuerto ya!

El guardaespaldas, sobresaltado por los gritos, se montó rápidamente en el auto y salieron a toda velocidad hacia el aeropuerto. Durante el camino, el señor López no dejaba de pensar en su padre y en llegar a tiempo para despedirse. Estaba angustiado, hacía meses que no lo visitaba por sus constantes viajes de negocios. Se reprochaba no haber estado más pendiente de su salud.

 Al llegar al aeropuerto, corrió hacia los controles, para luego correr hacía la pista donde ya su avión estaba listo para despegar. Al abordar el avión que salía en media hora, llamó a su madre para tener más detalles, pero no lograba comunicarse.

 Finalmente, cuando el avión despegó, el señor López se reclinó en su asiento con una mezcla de tristeza y arrepentimiento. Rogaba poder llegar a tiempo para ver a su padre con vida por última vez y despedirse apropiadamente. Estaba tan concentrado en sus pensamientos que no se percató de la misteriosa persona que desde el aeropuerto en la distancia, lo observaba fijamente

  Sofía finalmente llegó a su hermoso apartamento y corrió directo al baño. Abrió la ducha y dejó que el agua casi hirviendo cayera sobre su cuerpo. Talló fuertemente su piel, como si quisiera borrar toda huella de lo que le había sucedido esa noche.

  Las lágrimas se mezclaban con el agua mientras Sofía frotaba una y otra vez, hasta dejar su piel enrojecida. Se sentía tan humillada, tan impotente. Había momentos en que la rabia y la indignación la invadían, queriendo gritar y romper todo a su paso.

  Luego venían olas de vergüenza y culpa, preguntándose una y otra vez cómo pudo permitir que esto pasara. Se suponía que era una mujer fuerte e independiente, que podía cuidar de sí misma. Pero la habían engañado y usado como a una muñeca.

Tras una hora bajo el agua hirviendo, Sofía se miró al espejo. Apenas se reconocía, con los ojos hinchados de tanto llorar y la piel lastimada por el tallado. Se sentía como una cascarón vacío, sin esperanzas. Pero en el fondo, muy en el fondo, una pequeña llama de rabia seguía viva. No podía permitir que esto quedara impune.

  Secándose las lágrimas, Sofía se prometió encontrar al culpable y hacerlo pagar. No sabía cómo, pero tenía que haber una pista, una forma de descubrir quién estaba detrás de todo. Y cuando lo hiciera, se aseguraría de que se pudriera en la cárcel por el resto de su miserable vida. Ese pensamiento fue lo único que le dio fuerzas para seguir adelante.

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