Cuando Sofía entró nerviosa en la oficina del director ejecutivo, pudo sentir su mirada penetrante agobiándola como si estuviera juzgando su valía. A pesar de su inquietud, ella se mantuvo firme con una feroz determinación de obtener el trabajo. El CEO, se quedó observándola en lo que leía su expediente, aunque tenía excelentes calificaciones, no tenía experiencia laboral. ¿Por qué su antigua asistente se la propondría?
Es verdad que reunía las características que le exigió en su físico, es una mujer sin gracia femenina oculta detrás de sus enormes espejuelos. Por la manera tan correcta y sencilla que viste, se percata que es una buena e inocente chica, muy lejos de lo que necesita, piensa. Pero al notar su confianza, y porque su antigua asistente se la recomendó, decide entrevistarla.
—Sofía, ¿estás casada? —preguntó el CEO sin dejar de leer la biografía de la joven.
—No, señor —contestó ella sin entender por qué le estaba preguntando aquello.
—¿Tienes novio? —siguió de igual manera interrogándola ante su creciente nerviosismo.
—Tampoco, señor —contestó firme pero con algo de temor por desconocer el motivo de tales preguntas. Ella había venido por el trabajo de asistente, por nada más.
—¿Familiares, amistades, conocidos que impidan que realices tu trabajo? —preguntó el CEO al fin levantando la mirada para ver a la joven.
—No, señor. Si leyó mi expediente, soy huérfana, vivo y trabajo en un orfanato —dijo entre asustada y decidida. Y de inmediato le aclaró el motivo de su visita para que no se confundiera. —Vine porque la señora Imelda insistió mucho en que yo era la persona indicada que usted necesitaba. Como ella es muy buena conmigo, al decirme que había cerrado una entrevista con usted, no quise que quedara mal. Nunca imaginé que fuera en una empresa como esta. ¿Puedo saber por qué pregunta sobre mi vida personal?
—Porque el trabajo que te voy a ofrecer es de veinticuatro horas, no puedes negarte a venir a mi encuentro, ni a ir conmigo a ningún lugar que sea necesario—contestó el CEO mirándola fijamente a los ojos. — Tienes que estar disponible para mí todo el tiempo. No te preocupes, te pagaré un buen salario y todas las horas extras que hagas, y si crees que es poco puedes decírmelo después que pases el periodo de prueba de quince días. ¿Alguna pregunta?
—Señor, no sé si podré cumplir con eso que me pide —dijo ella sintiendo que estaba dejando escapar una gran oportunidad. — Le acabo de decir que vivo en el orfanato, ese queda fuera de la ciudad. Tengo que tomar dos buses para llegar aquí. Y el último pasa a las once de la noche, después de esa hora, no puedo salir. Así que no puedo aceptar su trabajo, aunque quiera —dijo soltando un suspiro sin saber a donde iba a meterse ahora. Imelda le había asegurado que le darían de todo si la aceptaban.
Sofía se había hecho a la idea de que al fin iba a poder escapar de aquel orfanato infernal donde cada día era un reto para mantenerse pura y vivir la vida normal de las personas sin que la estuvieran ofreciendo a cada rato. Pero con eso que él CEO le estaba exigiendo, aunque quería hacerlo, le iba a ser imposible cumplirlo. Primero porque no tenía donde vivir y de seguro como tantas veces antes en que había querido escapar, la encontraban y tenía que volver. Segundo, porque no tenia dinero para mudarse.
Por su parte el señor César López se había quedado mirándola curioso. Al parecer ella no tenía ni idea que el trabajo que le ofrecía era el de su asistente personal, casi confidente, y que con el enorme salario del mismo, podría alquilar un buen apartamento en uno de los mejores repartos de la ciudad. Al parecer desconocía por completo que muchas mujeres darían cualquier cosa por ocupar ese puesto que él le estaba ofreciendo y que ella había acabado de rechazar sin siquiera esperar las conclusiones que daría o a terminar la entrevista. Eso era algo que nunca antes le había sucedido al señor César López que miró a Sofía con curiosidad
Se recostó sobre su sillón para tener una mejor vista de Sofía que visiblemente eso la incomodaba. Y por un momento entendió el motivo por el que se la había recomendado su anterior asistente. Sofía era un diamante en bruto que él podría moldear a su antojo sin que ella protestara, sobre todo, no era una belleza que lo persiguiera queriendo meterse en su cama y en su vida. ¡Justo lo que necesitaba! También, porque al parecer ella era muy honesta. Había rechazado sin más una increíble oferta de trabajo. Y se sintió satisfecho con ella. Por eso en un tono condescendiente le habló.
—Ya veo que la señora Imelda, no le dijo a cuánto asciende el salario de la asistente personal del CEO de esta empresa, deje que le muestre —dijo anotando la cifra en un papel y extendiéndolo a Sofía que lo tomó y abrió los ojos desmesuradamente, para beneplácito del señor César López, que había cumplido con la promesa que le hizo a la señora Imelda de no engañar a la chica. —Y eso solo es por ocho horas. Las otras horas restantes que usted se verá obligada a trabajar, agenciando mi vida personal en estricto secreto, se las pagaré el doble. Por lo que si acepta, le haré ahora mismo un cheque como adelanto de su salario de prueba, para que alquile un buen apartamento muy cerca de la empresa, así no tendrá que tomar bus, y cuando aprenda a conducir si no sabe, le otorgaré un auto. ¿Qué responde a mi oferta? ¿Acepta?
Ahora mismo Sofía tenía un nudo en la garganta que no la dejaba hablar, en lo que trataba que las lágrimas tintineantes en sus ojos, no rodaran por sus mejillas. No podía creer que al fin, después de veintitrés años iba al fin abandonar el orfanato. El señor César la miraba complacido, pensando en hacerla su sombra, su confidente y su más fiel aliada en su desordenada vida. Sabía de solo observar a la joven, que ella era ese tipo de personas, honesta, confiable y fiel. Aunque empezaba a impacientarse al ver que ella no respondía.
—¿Y bien? ¿Acepta iniciar hoy mismo con sus quince días de prueba? —insistió ahora no queriendo perderla. —Debe responderme ahora mismo señorita, no puedo perder el tiempo. ¿Acepta el trabajo a partir de hoy?
—¿Hoy? ¿Hoy debo empezar? —preguntó ella sin todavía creer que su suerte iba a cambiar en ese instante.
El señor López al ver la reacción de ella y asumiendo que ella había aceptado, le alargó no un cheque, sino una tarjeta de banco para que tuviera para sus gastos y los que iba a incurrir por ser su asistente. Sofía la tomó con manos temblorosas y la miró todavía llena de incredulidad mientras en su mente solo tenía una frase: ¡Estaba salvada, no sería vendida!