La partida de golf había culminado con Enzo como el claro vencedor, y él no desaprovechó la oportunidad de demostrarlo. Su humor, que oscilaba entre la arrogancia juguetona y un coqueteo descarado, encendía a Amatista de maneras que solo él sabía manejar.
—¿Seguro que no hiciste trampa, amor? —preguntó Amatista, inclinándose para recoger su bolso del carrito de golf mientras lanzaba una mirada desafiante.
Enzo se acercó con paso firme, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y picardía. Se inclinó hacia ella, reduciendo la distancia entre sus rostros hasta que apenas unos centímetros los separaban.
—Gatita, si aprendieras a concentrarte en el juego y no en mí, tal vez tendrías una oportunidad —dijo con voz baja, su tono cargado de provocación.
Amatista soltó una carcajada, empujándolo ligeramente por el pecho.
—Eres de lo peor, Enzo —respondió, aunque su sonrisa traicionaba el disfrute que encontraba en cada una de sus provocaciones.
El ambiente ligero los acompañó mientras dec