La oficina del club de golf se llenó de una energía ligera mientras Enzo y Amatista terminaban de vestirse tras su apasionado encuentro. Los rayos del sol atravesaban los amplios ventanales, iluminando las risas y los gestos juguetones que compartían. Amatista se acomodaba el vestido frente a un espejo mientras Enzo terminaba de ajustar su camisa.
—Amor, tengo muchas ganas de comer unas galletitas —confesó Amatista de repente, interrumpiendo la conversación con un tono divertido.
Enzo se giró hacia ella, soltando una carcajada. La intensidad de los minutos previos contrastaba enormemente con la ternura y la simpleza de sus palabras.
—¿En serio, gatita? Hace un momento parecías una fuerza indomable, y ahora estás pensando en galletitas —dijo con una sonrisa, caminando hacia ella.
Amatista se rio, encogiéndose de hombros mientras se miraba al espejo.
—No lo puedo evitar. Es como un antojo constante.
Enzo tomó su cintura desde atrás, inclinándose para besar su cuello suavemente antes de