La luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas de la habitación principal de la mansión Bourth, iluminando suavemente a Amatista mientras se estiraba con pereza. Su movimiento no pasó desapercibido para Enzo, quien, con una sonrisa traviesa, deslizó sus manos hasta su abdomen, provocándole suaves cosquillas.
—¡Amor, detente! —dijo entre risas, intentando apartarlo, aunque sin mucho esfuerzo.
—No puedo evitarlo, gatita —respondió Enzo con una sonrisa satisfecha—. Me encanta verte reír así.
Después de unos minutos compartiendo risas y miradas cómplices, ambos decidieron levantarse. La rutina matutina comenzó con una ducha juntos, donde el juego y la intimidad que los caracterizaban se hicieron presentes en cada gesto, en cada mirada. Amatista, envuelta en una toalla, se detuvo frente al espejo para peinarse mientras Enzo terminaba de secarse el cabello.
—¿Qué planes tenemos hoy? —preguntó Amatista, observándolo a través del reflejo del espejo.
—Primero, tenemos que pasar por l