El sol comenzaba a elevarse en el horizonte, enviando sus primeros rayos a través de las finas cortinas de la habitación principal de la mansión Bourth. La luz suave y dorada iluminaba delicadamente el rostro de Enzo, quien yacía profundamente dormido. Sus respiraciones eran lentas y tranquilas, como las de alguien que estaba completamente sumido en el descanso. La quietud del momento era casi perfecta, una serenidad que llenaba la habitación y que, sin embargo, estaba destinada a romperse por un gesto, un toque que solo ella podía dar.
Amatista ya estaba despierta, los ojos abiertos y fijos en él, recostada a su lado. Observaba su rostro con una mezcla de ternura y fascinación, un contraste con su usual comportamiento en público, donde la guardia siempre estaba arriba. No podía evitar sonreír al recordar la fiesta de anoche, el bullicio y las conversaciones, pero más que nada, las miradas furtivas entre ambos, esos pequeños gestos que solo ellos entendían. Las historias de su infanci