Lejos de la mansión Bourth, Martina y Hugo Ruffo se encontraban en un paraje apartado, un lugar que les proporcionaba la privacidad que necesitaban para hablar sin sospechas. Martina caminaba de un lado a otro, su rostro reflejando una mezcla de frustración y determinación, mientras Hugo permanecía apoyado contra un árbol, observándola con cautela.
—Aunque lo de la carta no funcionó como esperábamos, no podemos detenernos aquí. Haré que envíen otra, pero esta vez la cambiaré de lugar. No quiero que Enzo ni sus hombres se acerquen demasiado —dijo Martina con frialdad.
Hugo frunció el ceño, cruzando los brazos sobre su pecho.
—Martina, deberías pensarlo mejor. Enzo no es alguien con quien puedas jugar. Encontrará a Amatista, tarde o temprano. Y cuando lo haga, nos hará pagar caro —advirtió, su tono cargado de preocupación.
Martina lo miró con desdén, claramente cansada de sus advertencias.
—Entonces más vale que no nos encuentre, ¿verdad? —replicó, su voz cargada de sarcasmo.
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