Los días habían pasado con una lentitud casi insoportable. Amatista permanecía en la misma habitación húmeda y oscura, pero había aprendido a adaptarse, a observar, y a buscar pequeños resquicios de humanidad en su captor, Lucas. El hombre, aunque brusco y distante al principio, se había suavizado en sus interacciones con ella. Parecía que el tiempo y las circunstancias habían comenzado a quebrar las barreras entre ambos.
Esa tarde, mientras Lucas revisaba su arma en una esquina, lanzó una mirada curiosa hacia Amatista.
—Eres diferente a lo que imaginé que sería alguien en tu posición —comentó sin levantar mucho la voz—. Te ves tranquila, incluso relajada.
Amatista dejó escapar una risa breve, cruzando las piernas mientras estiraba un poco las cadenas que ataban su pie al suelo.
—Digamos que tengo algo de experiencia en esto de estar encerrada —respondió con una sonrisa irónica.
Lucas levantó una ceja, sorprendido por su respuesta. Dejó el arma a un lado y se acercó un poco más, curio