Amatista colgó la llamada y guardó el teléfono en su bolso con expresión seria. En el auto, el silencio era denso. Nadie hablaba, todos procesaban lo que acababa de pasar.
—No podemos arriesgarnos a llevar a Carolina y al bebé a la mansión —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. Si Liam planea algo, no lo hará si cree que ella sigue en cautiverio.
Facundo, con el ceño fruncido, asintió.
—Cerca de aquí tengo un amigo. Podemos refugiarnos en su casa.
Amatista negó de inmediato.
—Es demasiado peligroso. Esta ciudad la maneja Liam. No sabemos quién lo apoya y quién no. Lo mejor es que te lleves el auto y los lleves al club.
Carolina, que hasta ahora había permanecido en silencio, habló por primera vez.
—Liam tiene guardias en la casa de enfrente. Seguramente intenten emboscarlos... Pero solo atacarán si Liam se los indica.
Amatista la miró sorprendida. Carolina sonrió, una mueca sin humor.
—Solo te lo digo porque sé que cumplirás tu palabra y me dejarás ir.
Amatista entrecerró los ojos,