El ambiente en la sala principal del club Le Diable estaba cargado de expectación cuando Amatista, Enzo y Emilio cruzaron la puerta. Todos los presentes los observaron con atención, notando de inmediato el evidente cansancio en sus rostros.
—Por fin llegaron —dijo Alan, con una media sonrisa mientras recargaba un brazo sobre el respaldo del sofá—. Ya estábamos preguntándonos qué diablos pasó.
Facundo cruzó los brazos y miró directamente a Enzo.
—¿Y bien? ¿Tienes noticias?
Amatista no respondió. Con la misma elegancia natural que la caracterizaba, se deslizó hacia las escaleras con una leve sonrisa.
—Yo necesito un baño —anunció suavemente, dejando un leve rastro de su perfume en el aire antes de desaparecer en dirección a su habitación.
Enzo, en cambio, se dejó caer en uno de los sillones de cuero negro con un suspiro. Sacó su encendedor y lo hizo girar entre sus dedos, con su expresión cerrada pero satisfecha.
—La cacería de Diego ya comenzó —anunció con voz firme.
Un silencio cargad