La rutina en la casa de Ethan comienza a ajustarse a la nueva realidad.
Clara despierta cada día con Ava acurrucada a su lado, como si la niña temiera que al abrir los ojos, todo fuera un sueño.
Ethan, por su parte, se encarga de preparar el desayuno, organizar los horarios con discreción y darles espacio, aunque su mirada siempre encuentra la figura de Clara, como si fuera un imán imposible de resistir.
No hablan del pasado. No aún. Pero los silencios están cargados de cosas no dichas, de sentimientos que vibran bajo la superficie como una corriente eléctrica a punto de estallar.
Una mañana, mientras Clara dobla una pequeña pila de ropa de Ava en el sofá, Ethan se agacha para recoger uno de los peluches caídos. Sus manos se rozan. Es un roce breve, sutil, pero suficiente para que ambos se queden quietos, sin respirar, sin atreverse a mirarse.
—Gracias —susurra ella casi sin aire en sus pulmones.
—De nada —responde él, con una voz más grave y ronca de lo normal.
El momento se rompe