El hospital huele a desinfectante y a desesperanza contenida. Las luces frías del pasillo parpadean con una insistencia casi burlona, como si supieran que nadie duerme del todo tranquilo entre esas paredes.Ethan camina con Ava de la mano. Es la primera vez que la lleva a ver a Clara desde que la pequeña se mudó a su casa. La niña lleva una chaqueta azul con orejitas en la capucha y aprieta con fuerza su oso de peluche contra el pecho. Camina en silencio, pero sus ojos van de un lado a otro, atentos a cada ruido, cada sombra, cada enfermera que pasa demasiado cerca.—Está bien si no quieres hablar, pequeña —le dice Ethan suavemente, apretándole la mano.— Solo vamos a verla. Mamá está dormida, pero le va a gustar saber que estuviste ahí.Ava asiente, pero no lo mira. A veces parece mayor de lo que es. Otras, como ahora, no podría verse más pequeña.Cuando entran a la habitación, Ethan siente que el aire cambia. Ahí está Clara. Silenciosa, pálida, conectada a las máquinas que marcan r
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